Había soñado con sustituir mi fláccido y diminuto pene por un majestuoso falo hidráulico de oro macizo, incrustado de pedrería barroca. Me desperté compungido, consciente que sólo había sido un dulce y utópico sueño. El pabilo encendido bailoteaba en los restos de sebo líquido. La vela se había agotado en el candelero. Su llama agonizante, apenas proyectaba un fantasmal hilillo de luz que caía sobre mí. Me dolía el cuello otra vez. Mierda de cuerpo, todo el rato igual, cuando no era el cuello era la muñeca, el escroto, o la espalda entera. Miserable organismo defectuoso. Me sentía un cautivo, al cabo del día, cada vez que iba al baño, cada vez que debía comer o irme a dormir. Quería aliviar mi soledad con un melón calentado al microondas, pero al abrir la nevera sólo encontré ese medio limón reseco que la custodiaba.
Una frutera repugnante de generosas carnes, vive en mi barrio, propietaria de una pequeña botica de fruta en que ofrece a la clientela una jugosa y vitamínica oferta. Pese a que se llama Mercedes, la apodan foca por dos razones, por gorda sebosa y por el bigote; barba de tres días, un bozo a lo Pantoja y michelines de dos décadas. Es una fanática del chocolate y del pan con cualquier cosa. El hedor que emanaba la verdulera era insoportable, como un sabor que recuerda el vinagre. De su boca asomaban repugnantes gusanos retorciéndose entres fluidos viscosos. Bebía gaseosas azucaradas si no encontraba Coca-Cola; -“el agua no me gusta" - decía convencida. Pese a regentar un comercio de verduras, odiaba las frutas y vegetales y mataba por el pollo del McDonald's. Buscaba pretextos absurdos para no alimentarse bien. Su decrépito rostro colonizado de lunares como las pipas de la sandía, era aterrador y espeluznante. Pero tenía su punto: era todo un carácter. Me recordaba mucho a un sargento que tuve cuando hice la mili en Melilla. Cada vez que nos cruzabamos, ella me sonreía. Una sonrisa que aceleraba mis ansias de vómito y me ponía del todo nervioso. No podía soportar aquella mirada, ojos verdes e ictericiosos que me escrutaban a través de los cristales de sus grotescas gafas de concha. Ella me deseaba ardientemente. Una vez intenté aguantarle la mirada, me presté al juego, quise vencer en aquel torneo vidrioso. Sacó su sucia lengua, tal bistec a medio rebozar, y chupeteó un helado imaginario. Me fulminó. Me quemó. Perdí y me derrumbé derrotado. Desde entonces intenté esquivarla. Solo la miraba un instante, corto, fugaz, pero suficiente para preguntarme como la caprichosa naturaleza podía haber concebido una alimaña como aquella. Ella, sudorosa, con gran dificultad de movimiento, con el colesterol a punto de dejarla fulminada, sacaba sus bolsas cada noche llenas de fruta manoseada y la lanzaba atrozmente al contenedor descargando toda su ira.
Decidí salir de mi guarida, debía abastecer de frutas mi lúgubre despensa. Me puse el abrigo encima del pijama para salir a la calle. Hacía un día espléndido. Un sábado maravilloso. La radiante luz de un sol de otoño ambientaba la ciudad; las dos laderas del rió estaban rebosantes de bares y terrazas, todo el mundo estaba en la calle disfrutando de la jornada; Señoras que habían sacado una silla a la calle y habían montado su propio Sálvame Deluxe; un cabrón iba regalando pelucas a los calvos, mientras un decrépito demente señalaba a alguien aleatorio y gritaba:-¡ES EL ELEGIDO.!!-.
Llegué a la frutería que estaba en pleno jolgorio. Me extrañó la abundancia de personajes grotescos en aquel comercio. Un jubilado pidiendo dos sandías y tres avances. Señoras que toqueteban la fruta y no se ponían guantes. Pijas idiotas que se divertían poniéndose las pegatinas de las verduras en la frente.
Y allí estaba la frutera. Peinaba media melena con tonos canosos, labios agrietados y gastados rematando una boca rodeada de vello y ojos saltones robados a un olivo andaluz. Que fea era la cabrona. Custodiaba el género exclusivo, champiñones, setas, condimentos y las peras. Comía perejil como si no hubiera mañana.
Pasé por las secciones de tubérculos, legumbres y hortalizas hasta que llegue al escaparate de los melones. Tomé uno , elegí media docena de plátanos y me acerqué a la caja. Miré las piernas peludas, robustas y enraizadas en zuecos de aquella criatura, ascendí hasta contemplar aquella cara de sapo, redonda, con bigote negro y ojos saltones. Medio hablé medio tartamudeé a la vez que escapaba de la mirada imprudente de frutera. Ella me miró. Me había reconocido. Parecía que se guiaba más por el tacto que por la vista. Cada fruta era acariciada con el exterior de los dedos, igual que se comprueba la temperatura en una persona. Sacudió la bolsa de papel y metió el melón en la bolsa. Después cogió uno de los plátanos y empezó a lamerlo con devoción, con fervor, sin piedad. Me escrutaba con una mirada cómplice.
-"A mí me gustan los hombres" -le dije, mientras ella abría los ojos asombrada y esperaba con más miedo que impaciencia a que acabase mi desatinada frase. Y yo, encaminado en la vorágine de la estupidez extendía los brazos e inflaba los cachetes y concluía- “... no me gustan las mujeres"-. No recuerdo el contexto en que se lo dije. Lo que sí recuerdo es que huí a todo velocidad de la jodida frutería.
Pasé por las secciones de tubérculos, legumbres y hortalizas hasta que llegue al escaparate de los melones. Tomé uno , elegí media docena de plátanos y me acerqué a la caja. Miré las piernas peludas, robustas y enraizadas en zuecos de aquella criatura, ascendí hasta contemplar aquella cara de sapo, redonda, con bigote negro y ojos saltones. Medio hablé medio tartamudeé a la vez que escapaba de la mirada imprudente de frutera. Ella me miró. Me había reconocido. Parecía que se guiaba más por el tacto que por la vista. Cada fruta era acariciada con el exterior de los dedos, igual que se comprueba la temperatura en una persona. Sacudió la bolsa de papel y metió el melón en la bolsa. Después cogió uno de los plátanos y empezó a lamerlo con devoción, con fervor, sin piedad. Me escrutaba con una mirada cómplice.
-"A mí me gustan los hombres" -le dije, mientras ella abría los ojos asombrada y esperaba con más miedo que impaciencia a que acabase mi desatinada frase. Y yo, encaminado en la vorágine de la estupidez extendía los brazos e inflaba los cachetes y concluía- “... no me gustan las mujeres"-. No recuerdo el contexto en que se lo dije. Lo que sí recuerdo es que huí a todo velocidad de la jodida frutería.
Uno de los mejores artículos que te he leído, para mí claro.
ResponderEliminarSalu2
jajajajaja, me extraña que usted no aprovechara una oportunidad de fornicio,,,,,
ResponderEliminarGenial el post, como siempre.
Leñe!!! ¿Es Ud. imbécil????? Para una vez que liga....
ResponderEliminarVaya por Dios. Oportunidad perdida...
ResponderEliminarCon la maja que se ve la verdulera.
xDDDD
ResponderEliminarGrande, querido Anastasio!
Genial.
Maricón! Cobarde!! jajajajaja
ResponderEliminarExcelente post.
Qué locura de blog¡¡¡¡
ResponderEliminarApreciado Depravado por Convicción,
ResponderEliminarGustosamente le facilitaré las coordenadas de la frutería en cuestión para que usted pueda conocer a tan grotesca dependienta.
A carcajadas estoy : )
ResponderEliminarun brazo
Bicho raro soy Señor Prepuzio, pero yo hubiera consumado el acto….
ResponderEliminarjajajajajaj la frutera y sus plátanos, jajajajja
ResponderEliminarjajajajaja ;) Lo que me puedo reir con sus posts...
ResponderEliminarMi querido Capullo...eres Genial!! ¿todo es cierto?? Mande otro día a Saturnino a por el melón.
ResponderEliminarNo me puedo a llegar a imaginar que hubiera sucedido si Ud. hubiera accedido con la frutera...Que estampa más miserable.
ResponderEliminar¡Jajaja!...que no, que no me imagino 200 kg lamiendo lascivamente el plátano en la frutería.
ResponderEliminarMenuda guarrada de post ha escrito usted mi querido capullo!!!!
ResponderEliminarMe tiene absolutamente escandalizada.
Ojjjjj, me voy;
Jajajajaja
Estoy sin palabras... la risa, no me deja :)*
ResponderEliminarjajajaja
Perdone usted, cuando se me pase el ataque de risa vuelvo .
ResponderEliminarjajajajaja
ResponderEliminarpd) Avise cuando decida publicar sus memorias
jaaaaa
Dada su conocido fracaso con el sexo opuesto, creo que ha perdido una oportunidad única. Esta simpática verdulera, poco tiene que envidiar a la mujer del poste de publicidad.
ResponderEliminarMe ha hecho usted pasar un buen rato con sus desventuras..
Estimado Anastasio, estaba convencida de que usted no es de este mundo y me lo ha confirmado.
ResponderEliminarUna eterna admiradora...
Sus textos me hacen reír hasta la exaltación.
ES USTED UN SOLEMNE ANIMAL!!!
ResponderEliminarLo suyo es masoquismo, lo tengo clarísimo. Yo, de tener una frutera como ésa, me hago antivegetariana.
ResponderEliminarApreciado Dexter75,
ResponderEliminar¿Qué tal su madre?
Apreciada y bellísima Aina,
ResponderEliminarLos vegetarianos jamás podrán ser felices, pues no pueden comer perdices.
No puedo parar de reir.
ResponderEliminarFantástico.
Jajaja!!
ResponderEliminarYa me estaba asustando, menos mal que el relato acabó como se merece el propietario de este diario, cobardelllll!!!!
¿Cada cuanto te cambias la máscara de la cabeza?
ResponderEliminarMe parto de risa con la adorable frutera. XDD
ResponderEliminarOstias con la frutera... A partir de mañana no compro más fruta ni verduras
ResponderEliminarENORME don Prepuzio.
ResponderEliminarJoder, Anastasio, le acabo de leer y me estoy descojonando vivo, si que es bruta la verdulera, si... je, je, je.
ResponderEliminarSaludos
Buenísimo, tienes un sentido del humor y la ironía enorme. Saludos
ResponderEliminarCada dia te superas... genial. Un abrazo... o medio abrazo. Sin mariconeos.
ResponderEliminarDestornillante¡¡¡¡
ResponderEliminar1ªSeguidora!
Muáá!
Y díganos Sr. Capullo, ¿ Cuál de los 2 plátanos le agradan más?
ResponderEliminarjajajajajaj muy Bueno!
ResponderEliminarCon lo necesitado que está usted y dejando escapar una oportunidad como esta,,,,
ResponderEliminarHay trenes que solo pasan una vez en la vida,,,
Que grande.
ResponderEliminarPartida d culo! jjajaja
Las lágrimas caen sin control de mis ojos,,,
ResponderEliminarGenial el post.
Mucho, MUCHO! GRAN PREPUZIO!!!!
ResponderEliminarjajajajaja
jajajajajajajaja Siempre nos arranca una carcajada a los que pasamos por aquí,,,,
ResponderEliminarMe ha defraudado, prefiere un melon y trabajarselo solito a esta frutera?.
ResponderEliminarPara su alivio no tendria que meterla al microondas ya la tiene calentita :))
Hoy las lagrimas si son por usted
Un besazo!!!
Si no os gusta la frutera
ResponderEliminaros quedaréis sin las frutas
y debiendoos de ir de putas
cuan preciséis de gustera
o hacélloslo con la mano
como se lo hace un villano.
Mis muy cordiales saludos.
Apreciado Carlos,
ResponderEliminarEs siempre un placer para mi, leer sus diestros e ilustrados comentarios.
Un abrazo amigo.
Sinceramente,encuentro más atractiva a la verdulera que su amada Jacinta, si bien es cierto que sus intenciones no son del todo honestas,,,
ResponderEliminarjajjajaja
Y digo yo...
ResponderEliminar¿ No es mejor esa mujer que el jodido melón?