miércoles, 11 de diciembre de 2013

A MI PERRO TOBY

In memoriam Toby

Toby,  me abandonaste como lo hace un suspiro,
mi hipertrófico corazón exhalando mohíno gemido.
Tu mórbido y orondo cuerpo mecido en mi regazo,
al despeñarse tu hirsuta cabeza entre mis brazos.

Fidedigno aliado, noble camarada y amigo fiel,
renunciaste a esta mierda de mundo pancista y cruel.
Hocico gacho, ébanos ojos, pardo y sarnoso pelaje,
emprendiste, ahíto y rendido,  fúnebre viaje.
    
Han sido quince años de aplacible y carnal compañía,
por doquier irradiabas hediondez, libídine y alegría.
Decían que tu pedigrí ahuyentaba quienes quieren hurtar,
¡ Cuántos rateros expoliaron nuestro humilde hogar !.

Fui incapaz de amansarte desde tu anhelada adopción,
defecabas, indómito, en el moqueta turca del salón.
Nunca, nunca logré en el pescuezo ponerte la argolla,
¡ Cabrón !, siempre hacías lo que te salía de la polla.

Dedos y manos mutiladas, me seccionaste la yugular,
con tus mordiscos y dentelladas me quisiste capar.
Tus rastreros ladridos me despertaban en la alborada,
¡ Cuántas veces intenté silenciarte con una pedrada !.

Mirada sardónica, jocosa y mordaz, burlándote de mí,
enarbolando tu cola pajiza cual talluda mezquita yemení,
cuando lanzaba la pelotita entre los olivos en forestación.
¡ Hijo de la gran puta! , ¡ Busca!, ¡Busca el jodido balón!.

Pusilánime sabueso, canino cobarde y medroso,
con convulsos temblores cual epiléptico baboso,
al escuchar un trueno o percibir un argavieso fuerte,
timorato corrías en estampida a esconderte.

Con podencos, gatos, roedores y ovinos quisiste copular,
¡ Promiscuo cabrón !, no existía fármaco que te pudiera sanar.
Fiebre, disentería, pústulas, abscesos y úlceras genitales.
¡ Insensato!, contrajiste la gonorrea en alguna de tus bacanales.

Tu infecto corazón dejó de latir y sollozo, lloro tu partida,
Toby, no expirará en mi recuerdo tu mirada ardida.
En tu sepultura, allí en el vertedero, mis lágrimas remojo,
y ahora… ¿ Quién cojones cuidará de mi tercer ojo ?.

Fidedigno aliado, noble camarada y amigo fiel,
renunciaste a esta mierda de mundo pancista y cruel.
Hocico gacho, ébanos ojos, pardo y sarnoso pelaje,
emprendiste, ahíto y rendido,  fúnebre viaje.


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miércoles, 4 de diciembre de 2013

EL TÚNEL DEL TERROR


El irritante aleteo de unos hercúleos murciélagos me despierta en medio de la lobreguez.
El sudor gotea por mi exiguo entramado de cabellos que conforma ese creativo peinado que utilizamos quiénes adolecemos de cuero cabelludo.
Me incorporo sobre los codos, febril, azorado, escrutando mi alrededor sin llegar a reconocer el inhóspito lugar dónde acabo de recuperar el dominio de mi burda conciencia.
La oscuridad reinante, saturada de niebla, resulta casi palpable, como si tuviera un fino vendaje atezado sobre mis ojos.
Hiperventilo emitiendo psicofonías en suajili.
Disnea, náuseas, incontinencia fecal.
La humedad es sofocante. Un calor calígine desciende por la espalda, rocía mis muslos, empapando mis glándulas testiculares, el velludo surco de mis nalgas.
Ya erguido, oigo caer una gota en un efervescente charco invisible.
Mis sentidos se agudizan cual hurón acechado por su depredador.
Con presteza, me lanzo al suelo y serpenteo mi orondo cuerpo hacia la pared, hurtándolo a las miradas que puedan provenir de lo más recóndito de la oscuridad.
El paredón es áspero, mucilaginoso, cuajado de frondosas protuberancias abruptas.
¿ Dónde coño estoy ?- susurro acojonado.
El eco de mis palabras, distante y amortiguado, resuena en la oquedad insondable de lo que parece ser una inextricable espelunca en forma de lúgubre cueva.
La madriguera cavernosa destila una horrísona podredumbre de metales pesados, dársena y tuberculosis. El pútrido hedor penetra hasta el último rincón de mi cerebro.
Me acuerdo del mechero custodiado por el bolsillo de mis pantalones.
Atizo al encendedor y lo mantengo en alto arrojando una luz nerviosa que ilumina la vasta caverna.
De las paredes, revestidas por una bermeja túnica mucosa, afloran innumerables abscesos viscosos que parecen palpitar con vida propia. Expelen flujos epidémicos.
El suelo es como una mullida alfombra ambarina que exhala infectos vapores.
Permanezco impertérrito ante las inmundicias que se alzan ante mí.
El mortuorio mutismo de la de la cueva es solo roto por la sonora percusión de los aullidos de los murciélagos. Observo perplejo cómo los quirópteros, fruto de la evolución,  lucen pequeñas máscaras en sus hocicos para protegerse de los corrosivos gases.
Con andar errático, camino despacio, paso a paso, cabeza hacia atrás y los brazos gilipollescamente extendidos. Pasos giróvagos por espumosas marismas y arenales gelatinosos.
Mi instinto de supervivencia mitiga el dolor abrasador del dedo pulgar que mantiene encendido el mechero.
Dirija dónde dirija mi briosa vista, no logro encontrar ningún objeto que me sirva de referencia para alcanzar el camino de salida.
Emulando la perspicaz estrategia de aquella legendaria fábula, eyaculo cada veinte metros como sagaz huella para hallar el camino de vuelta.
Avanzo unos metros más.
Mi encendedor comienza a expirar.  Pronto estaré perdido, a merced de la negrura total de las entrañas de la tierra.
Bajo la luz evanescente, lanzo un exasperado grito de socorro.
Segundos después, el silencio ultraterrenal de la gruta es interrumpido por insidiosos y siniestros sonidos que erizan mi vello púbico.
Una musculosa y espigada alimaña de un único ojo, como surgida de otra dimensión, penetra la cueva abarcando la mayor parte del espacio. Acompañada por un fétido hedor salífero, acomete contra todo lo que encuentra a su paso, esputando un pestífero líquido glutinoso.
Se desvanecen en la oscuridad las últimas chispas espasmódicas de mi mechero.
El gigantesco helminto extiende y contrae su níscalo macrocéfalo derribándome contra la pared.
Aturdido, me aferro a la vida con determinación ciega, implorando al ser supremo.
La forma lustrosa acomete de nuevo. Esta vez, con un golpe seco, atiza mis piernas, dejándome moribundo.
Tumbado en el suelo, cuasi mortecino, diviso en el fondo de la sima un débil resplandor.
Debe ser la carrera más rápida de mi vida. Alcanzar la abertura. Huir de este infierno.
Sabiéndome atrapado, consigo ponerme en pie, y evitando el tercer impacto, arranco vertiginosamente a correr.
Corro, corro y corro.
Veo como en el horizonte se va dibujando la escabrosa orografía de un monte circundado por onduladas laderas de densa y sucia vegetación. 
Estoy cerca. Lo voy a conseguir…



miércoles, 27 de noviembre de 2013

PUBLICIDAD SUBLIMINAL

La publicidad, junto a Dios Todopoderoso y Hacendado, es omnipresente.
La eximia frase de Robert Guerin: “El aire que respiramos es un compuesto de oxígeno, nitrógeno y publicidad”, ilustra que el reclamo aparece, de forma recurrente e ineludible, como elemento consuetudinario en todos los ámbitos nuestra vida. 
Como contaminación ocular, polución ideológica, informativa o inoculación visual, la publicidad, carburante ideológico del librecambismo, mancilla nuestro amansado cerebro.
Dicha ubicuidad hace que no reparemos en su pernicioso efecto puesto que generalmente no prestamos a la propaganda mucha atención. 
Pero seamos conscientes o no de su presencia, ésta se propala hasta lo más recóndito de la psique del individuo y ejecuta coerción psicológica sobre su voluntad mediante la canalización interesada de las emociones, de los sentimientos, de los deseos, de los temores. 
El individuo cree que actúa libremente, que gobierna sus dictámenes e ideas, pero obra incitado por estímulos o impulsos inconscientes.
El perverso papel de la publicidad es el del adiestramiento de las masas, el vasallaje del hombre a los imperativos del consumo, y la manipulación y sometimiento del ser humano a las grandes corporaciones.
El culto al consumo irracional no puede dar como resultado sino un sujeto manipulado, subyugado y cercenado por un mismo patrón de antemano planificado, un individuo esclavizado sumisamente a los mercantilistas intereses de los que poseen los resortes del poder de la publicidad. 
Y es en la contienda por definir nuestra elección de compra donde el mensaje publicitario se vuelve agresivo.
La incesante búsqueda de potenciales consumidores hace que la publicidad precise constantemente de nuevas y pedigüeñas fórmulas para llamar su atención y destacar sobre los productos de la competencia.
Una de ellas es la  publicidad subliminal.
La publicidad subliminal es un trapacero e insidioso método, transgresor de toda norma ética, que utiliza arteras técnicas de producción de estímulos limítrofes con los umbrales de los sentidos o mediante la taimada utilización de mensajes que actúan en el subconsciente de forma imperceptible a todos los sentidos, pretendiendo influir en la conducta del público objetivo, con la finalidad de lograr la venta del producto.
El mensaje está hábilmente encriptado de forma que el individuo no es consciente de que está recibiendo publicidad de un producto.
Un fotograma, totalmente imperceptible a nuestra percepción sensorial visual, o un sonido que se oculta en un estímulo auditivo son los claros ejemplos de tan adulterina práctica de neuromárketing.
Veamos un indecoroso y reciente ejemplo.
Como todos ustedes conocerán, en el conmovedor y emotivo anuncio de este año de la Lotería de Navidad, cinco conspicuas eminencias musicales del país, aúnan sus voces para interpretar la vibrante 'Canción de la Navidad', consiguiendo con éxito regresar al espíritu primigenio de tan entrañables fechas.
Visualicen el siguiente vídeo. 
(Absténganse enfermos cardiovasculares o quienes sufran ataques epilépticos fotosensibles).


En apariencia, este candoroso anuncio destila emotividad, ternura, apacibilidad. 
Admítanlo, alguno de ustedes habrá tarareado con mayor o menor destreza la balada e incluso otros, habrán derramado párvulas lágrimas. 
Presten atención al siguiente fragmento del mismo anuncio. Si detectan o escuchan algo inusitado, escríbanlo en una hoja de papel.



¿ Y bien ?.
Tonos cálidos, entrañable alumbrado por la luz de cientos de velas, emotivo soniquete de los Niños de San Ildefonso e incluso cegador centelleo irradiado por la nívea dentición de Miguel Rafael Martos Sánchez, Rapahel, pero ni rastro alguno de publicidad subliminal.
Procedamos a desenmascarar este reclamo publicitario.
Cualquier anuncio es proyectado a razón de 25 imágenes o frames por segundo, exactamente el mismo número de fotogramas por segundo que un ojo humano sano es capaz de retener. ( 18 imágenes para estrábicos  y miopes ).  
Conocedores de dicha limitación visual, las codiciosas corporaciones utilizan innovadoras técnicas que les permiten exhibir sus campañas de publicidad a razón de 100 frames por segundo, utilizando hábilmente las 75 imágenes no retenidas por el ojo humano para incrustar el producto que quieren vender.
Ayudados por una de los numerosas y gratuitas herramientas que el ciberespacio nos brinda, desmenuzamos por imágenes este fragmento, obteniendo el siguiente resultado.
Juzguen ustedes mismos.
Cabrones manipuladores...





miércoles, 20 de noviembre de 2013

SKATING CHAMPIONSHIP

El zumbido del disparo de salida que precede al griterío de aliento de los espectadores, hace encamarar, con el grotesco zurriar de sus alas, a una bandada de mórbidas y medrosas palomas.
Sobre el rumor de cientos de banderas que ondean al viento, el sol brilla en su cenit, destellando su hercúleo poder sobre la brea indefinible de la avenida, convertida en vasto e improvisado velódromo.
Los aficionados que anegan la acera rugen asidos por el delirio de este absurdo deporte, y en sus semblantes se puede avizorar la aseveración de la teoría de Charles Darwin sobre la teoría de las especies.
Uno de ellos, en un estrato anterior de evolución, de rostro cuasi-macaco, aplaude demente el comienzo de la final, esputando burdas dicciones que pretenden ser alentadoras. Como si los cornetines hubiese tocado a degüello, la muchedumbre le sigue de inmediato.
Los reclamos por megafonía, las azafatas, los periodistas y los comisarios pulcramente uniformados en la mesa del jurado, otorgan al certamen la solemnidad de una gran competición.
Miller Brown, el otro finalista, neoyorquino criado en el Bronx de 32 años, inicia su exhibición.
Tez morena, porte orgulloso, agilidad africana. Blusón ancho, hiperlaxos bombachos, macromedallón de oro; uniforme impecable incluso en los detalles más nimios y rígida disciplina.
Verlo de espaldas, semeja a refinado flamenco en posición de remontar el vuelo, petimetre, elegante, primoroso.
Toma el monopatín, trepa sobre él con agilidad felina e inicia rauda cabalgada a través de la calle, hechizando a los concurrentes con el surco desprendido por las cuatro ruedas de su skateboard.
Con exquisita posición e inclinación del cuerpo, desplaza su peso atrás para levantar la parte delantera del monopatín, girándolo 180 grados bajo sus pies, ejecutando con precisión milimétrica un klicflip sublime.
El público ovaciona el excelso ejercicio con una retumbante ovación.
En posición defecatoria, con el pie delantero en la mitad de la tabla y el pie trasero sobre el borde del tail, toma velocidad y se dirige al obstáculo. Rota las manos y sus hombros hacia el frente con lozanía, pisa la tabla para deslizarse en posición de railslide y efectúa un hellflip vertiginoso, arrancando de los espectadores vibrantes jadeos de admiración.
Prosigue tomando carrerilla, colocando los dos pies en el nose y levantando las dos ruedas de atrás mientras se mantiene patinando con las dos de adelante, consiguiendo un Hang Ten Wheelies deífico.
Hijo de puta.
Aquel ñapango es un hércules del surf callejero.
Con actitud desafiante y pendenciera baja de su tabla y saluda con rebeldía al público.
El jurado es unánime. Muestran sus cartulinas con la máxima puntuación.
Con paso farruco se dirige hacia mí, entre los vítores de una idólatra multitud.
Cruzamos nuestros recios cuellos como feudales floretes, debajo el del neoyorquino, encima el mío. Busto contra busto, pujamos durante unos instantes que parecen eternos.
Farfulla una frase en inglés. No la entiendo pero, por la entonación, intuyo que se trata de algún pedestre improperio.
Ha llegado mi hora.
Enciendo un cigarrillo en un estéril intento por tranquilizarme. Los nervios hacen transpirar mi adiposa piel cual trinchador de kebabs.
Percibo el enardecimiento de miles de ojos aguardando con zozobra mi actuación, los visillos tensos tras las ventanas. Voces guturales, frases de denuedo, rauco murmullo inflamado.
Oigo estimulantes gritos escupidos por cientos, quizá miles de bocas tiznadas de cerveza. Corean mi nombre, aplaudiendo como si no hubiera mañana.
Entre la multitud, un orondo chiquillo con parche en el ojo y facciones sureñas, que custodia con brío un ambarino globo, me pide un autógrafo.
Los devotos exigen a sus ídolos una imagen dechada dónde depositar sus ilusiones y su fe. No puedo defraudarle.
Me acerco al impúber rollizo, tomo su libreta y rubrico en ella mi nombre en cirílico. Percibo en su diestro ojo la felicidad, el inocente júbilo, su candorosa gratitud.
Aprovechando la ajumada distracción de su madre, agarro mi cigarrillo y reviento con alevosía el globo. No puedo evitar una pérfida carcajada.
Una mano palmea mi espalda. Después otra, otra y otra más.  Los servicios de seguridad apenas logran gobernar la multitud entregada.
Un flash cegador, que parte de la primera fila de espectadores, precede a una saturnal de destellos. Cogotazos de ardimiento, alaridos de empuje, bufidos de acometividad.
Devuelvo tanta muestra de cariño enseñándoles mi pene.
Una voz metálica por megafonía balbucea mi nombre. La afición replica con un rugido fragoroso, estentóreo, ensordecedor.
Me dirijo al centro de la calle. Procedo a unos segundos de meditación, hilando mentalmente la técnica a emplear para superar la majestuosa exhibición de Miller Brown. Mi actuación debe ser soberbia si quiero vencer. 
Puedo ganar. Debo vencer.



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miércoles, 13 de noviembre de 2013

SEXO ANAL

El sexo anal es una práctica sexual que consiste en la introducción, percusión o inyección del pene en la séptica hendidura rectal de la pareja, sea ésta hembra, varón o animal.
Los prejuicios imperan alrededor del coito rectal. En general, las féminas suponen que es una macabra práctica, incómoda, dolorosa e incluso torturadora, los varones lo relacionan injustamente con la falta de reciedumbre o con una sáfica praxis patrimonio de los gays, no pudiendo documentar hasta la fecha el veredicto de los animales sobre dicha disciplina sodomita.
Los rancios y retrógrados cancerberos de la moralidad se han encargado de convertirlo en tabú, en luciferino e impúdico pecado, de obligado reconocimiento en confesión, estigmatizando a quienes los practican, como ya hicieron antaño con el onanismo, el sexo bucal o la homosexualidad.
Quizá la propia historia ha contribuido a dicho hostigamiento.
Ya en el Mesozoico, los primates estimulaban el colon de sus parejas con sus dedos, dildos o con dilatadores. Sus sucesores, los macacos babuinos, de bermejas nalgas por razones obvias, experimentaron por primera vez con el coito anal, hábito que despertó la vesania de los dinosaurios,  que iniciaron encarnizada cruzada contra tan dadivosos cuadrúmanos.  
En la antigua Grecia, la supremacía masculina se dilataba también a la sexual, tomando el hombre a la mujer por detrás, en señal de jerarquía y sometimiento, y poder así tocar la corneta, emulando a Virgilio, teniendo que adoptar ella posición sumisa, algo rechazado por muchas. De ahí el término ‘griego’ para adjetivar esta práctica.
Narran también en las sagradas escrituras que en los tiempos del santo patriarca Abrahán, el cabrón de Yahvé pulverizó la ciudad de Sodoma mediante un tifón de fuego para castigar a sus proscritos coterráneos, fervorosos catecúmenos de la penetración  rectal.
Por todos es sabido que el ano es la parte del cuerpo menos seductora. El recto es un rico ecosistema de insalubres bacilos, gérmenes excrementicios y viperinas bacterias.
Por dicha gruta son desterradas las morrallas fecales, pétreas o acuosas, hediondos detritos intestinales, y por consiguiente, no es un orificio que a primera vista parezca excitante.
No obstante, rigurosos estudios científicos evidencian que el agujero oscuro, con sus politerminaciones nerviosas, es una de las zonas erógenas más placenteras de nuestro cuerpo.
Es evidente, por lo tanto, que el sexo anal no sólo no encubre coacciones de una orientación sexual encubierta, ni deseos subrepticios, sino que, como cualquier otra expresión de la sexualidad,  desata lujuriosas fantasías y sensaciones maravillosas de entrega, sumisión o dominación, por no mencionar la nervuda incertidumbre por conocer al souvenir fecal con la que siempre nos obsequia esta disciplina copulativa.
Y este aspecto, el higiénico, es el que reprime todavía a la mayoría de varones en ensayar con la penetración rectal.
Al objeto de espolear a todo hombre anhelante del coito intestinal, pero recatado por cuestiones higiénicas, les propongo una ingeniosa alternativa, sana, asequible, profiláctica y tremendamente gratificante: el sexo anal con un colchón.

1.- Adquiera un colchón, jergón o colchoneta en un establecimiento de mobiliario doméstico. Para dotar a la experiencia de mayor realismo, esboce en su anverso un rostro: entrecejos, pupilas, hocico, labios, pústulas, cicatrices o piercings. El abanico de posibilidades en este punto es innumerable.
Auxiliado por una navaja, proceda a realizar una abertura en el reverso. Este orificio debe tener la misma profundidad y diámetro que la longitud y el grosor de su pene. Un pie de rey no digital le puede ser de gran ayuda.

2.- Introduzca una bolsa de plástico en el orificio. Si es posible de coloración negruzca. Evite los zurrones de rejilla de patatas o cítricos, pueden ser irritantes en la penetración.  Si es perito en la pintura, puede dibujar vello o hemorroides alrededor de la abertura, para otorgar autenticidad al fraudulento ano.

3.- Lubrique con generosidad la bolsita con aceites industriales, vaselina o electrolíticos. Evite pomadas ricas en mentol. Puede llenar la bolsa con semillas de melón o pepitas de mazorca de maíz.

4.- Penetre al colchón como si de un ano se tratara. Puede hacerlo con un cigarrillo detrás de la oreja. Experimente. Sodomice a la acolchada de látex. Déjese llevar por sus instintos más primitivos. Cabalgue. Ensaye. Goce. 









miércoles, 6 de noviembre de 2013

ÉXTASIS

La lánguida luz del fanal que custodia la lóbrega esquina, intenta medrosamente abrirse paso a través de unos escabiosos y deshilados visillos, hasta el interior de la alcoba de este grotesco motel en el que he acabado refugiándome para pasar la noche.
Una claridad todavía embrionaria empieza a pigmentar el cielo, desnudo de nubes, con la rosácea transparencia que precede a un día luminoso, acerba diacronía de la tenebrosidad dónde me encuentro sumido.  
Mi boca, salpicada de esperma,  tumefacta, supurando cárdeno flujo ulcerado, me duele horriblemente. 
Abrazado a mis rodillas junto a la ventana, tal estúpida quinceañera melancólica, dejo transcurrir, consternado, las largas horas de la madrugada. Percibo con nitidez los jadeos del viejo burdel que el sigilo noctívago distorsiona dotándoles de propiedades perturbadoras y significados sicalípticos. 
Me siento mancillado, sucio, denigrado. 
Registro los harapientos bolsillos de mis pantalones, y de entre un kleenex petrificado, tomo las dos grageas de ácido lisérgico con las que aquél toxicómano pagó mi servicio, una nauseabunda felación callejera, mi única forma de conseguir ingresos estas últimas semanas.
Encojo los hombros en conformista disposición, y con un sorbo de brandy, tomado de la sabulosa botella de cristal que reposa junto al camastro, engullo ambas dosis en cuyas minúsculas caras llevan esculpidas una tétrica representación del gazapo del Playboy.
Llevo a cabo la ingestión de las píldoras psicotrópicas discurriendo que, dadas las circunstancias, son lo más parecido a un ágape.
Me dispongo a esperar que el estupefaciente produzca efecto.
Durante casi una hora no percibo sensación alguna, nada que invierta este millonésimo y estruendoso zumbido en el cerebro que me injuria y se burla de mi condición de meretriz, pero al poco comienzo a percibir un zarandeo en la cabeza, advirtiendo como el suelo y la pared en la que gravito se licuan como manteca caliente.
Mi inconexión con la realidad y la sensación de bienestar postergan mis sufrimientos.
Me siento ingrávido, liviano, vaporoso, aguachinado en un éxtasis de sosiego e invulnerabilidad, como si hubiera retornado al útero maternal, que me cobija estuoso y protector.
Escucho vociferar al gres y a las paredes emitir perniciosas risas que terminan en expectoración.
Creo que soy un afamado actor, dipsómano de sexo, barbitúricos, excesos y glamour. Sudo purpurina. Cabalgo sobre centenares de unicornios de inenarrables coloraciones que unas veces relinchan con lasciva seducción y otras salmodian en centenares dialectos distintos, pero perfectamente inteligibles.
Oigo vítores, ovaciones, lisonjas.
Cientos, miles de Playmobils, de matices cambiantes, que al intentar beber derraman el aguardiente por su espalda, corean mi nombre.
Me emociono por el apego que se hace palpable en el cómplice destello de miles de ojos linóleos que me acarician, envolviéndome por un amor casto y lumínico.
Las risas forman palabras, y éstas canciones. Todos cantamos. Lo hacemos en hebreo, sin conocer su significado. El caos, el dislate, surrealista y placentero, espasmo primigenio, es ensalzado en su sentido inmanente.
Mi cabeza  es puro vahído, una espiral de aprecio en pura ascensión.
Intento ejecutar el célebre giro de David Bisbal. Parezco María Jiménez.
Los pequeños títeres de plástico se ríen de nuevo con fuerza, la expresión más armoniosa de la felicidad. Carcajeo con ellos en suprema comunión.
El brandy empieza también a realizar su efecto. Percibo cierta destemplanza intestinal. Mi estómago se remueve ahora con furia, dolor en las vísceras, músculos y ligamentos en tensión. 
Acompañado por la legión de juguetes de plástico,  con temblores que desestabilizan mi artificioso caminar, me dirijo al aseo. 
Apoyo mis velludos apoyaderos en el retrate y procedo a constreñir con desvelo el punto caliente de mi vientre, mientras mis nuevos amiguitos, amenizan el sórdido momento tocando una bella melodía con el xilófono. 
Tras hercúleo esfuerzo logro expeler una hez gigantesca, soberbia, mayestática, un titánico  sedimento sanbernardiano. Una auténtica obra de arte, un primoroso zurullo de al menos cuarenta centímetros de émbolo terroso, de pulido virtuoso, inaudita legumbre de mis vísceras. Atónito advierto cómo el perfecto mojón se desliza por el talud de porcelana, elegante, etéreo, seráfico. Oigo cómo las polímeras marionetas vitorean de nuevo mi nombre.
-¡TÓ-MA-LO! ¡ TÓ-MA-LO!- gritan presos por la enajenación, por la autocracia de los contrarios a ordenar el caos.
Sin dudarlo un instante, tomo el zurullo con frenesí, con entusiasmo, cautivo por la pasión.





miércoles, 30 de octubre de 2013

EL MILAGRO DE SAN SANDALIO

El altar mayor centellea tal alienígena nave en ascensión, y un ígneo y trémulo rocío parpadea en las ménsulas y las esculturas recubiertas de pan de oro. Las escenas del Vía Crucis, con sus pomposos epitafios en latín, poemas románticos de cristal, acojonan al más aguerrido.
Un monaguillo organista, de precoz alopecia, se acomoda frente al clavicímbalo y con maestría suma preludia una melodía gregoriana. Le acompaña un afrancesado orfeón. Los versículos de aquel espeluznante cántico, resuenan impotentes en las bóvedas de la ermita.
El decrépito misacantano atraviesa con paso cachazudo el tenebroso laberinto de sombrías crujías y se encamina a la sacristía. Los primeros devotos empiezan a llegar urgidos por el ahínco matutino de los discípulos de quién obra milagros.
He decidido acudir a tan bella basílica, adonde no arriba el ruido de los negocios humanos, ni el vocerío de la gente de la vecina ciudad,  dispuesto a desenmascarar a este farsante travestido de sacerdote.
Cuentan en la aldea, que por orden divina y en la misa de San Sandalio, el párroco sana a cuantos enfermos asisten a su eucaristía.
Sentado en una silla de ruedas, simulando con perita habilidad un trastorno mental, aplaudo sin motivo y con furor, desconcertando a congregantes y sacristanes.
El sacerdote se solaza todavía unos instantes en la vicaría; asoma su macrocefálica cabeza, tal hurón fisgón antes de abandonar su guarida.
Otea el calendario colgado en la mármorea pared, justo al lado de una imagen de una Virgen María risueña y carente de dos piezas dentales.
Se transfigura en célico querubín, acomodándose una albina sotana, afianza la estola sobre sus curvados hombros e ingresa con rostro ultraterrenal en la capilla.
Meditativo,  eructa  con gallardía mientras se dirige hacia el altar. Llega a su altura, y realiza una leve pero angustiosa genuflexión.
Se ubica frente a los feligreses, escrutando con fingido apego los parroquianos que aguardan con impaciencia el inicio de la eucaristía.
Procede a unos prolongados minutos de taciturna meditación.
- ¡ Viva el vino ¡ - grito en un avezado intento de llamar su atención.
Una de las octogenarias despierta de su modorra de forma repentina, mientras abre los ojos con turbación.
Decenas de vejestorios, prosélitos del licor e inmutables rencos, que parecen rumiar sus oraciones en silencio, componen la caudalosa parroquia.
El clérigo  carraspea, esputando las flemas asidas en la garganta, y sus gruñidos mutilan el silencio del templo a través de la megafonía.
- En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el Evangelio según San Mateo. Al bajar del monte, le siguió una gran muchedumbre, y, acercándosele un leproso, se postró ante Él, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Él, extendiendo la mano, le tocó y dijo: Quiero, sé limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra. Jesús le advirtió: Mira, no lo digas a nadie, sino ve a mostrarte al sacerdote y ofrece la ofrenda que Moisés mandó, para que les sirva de testimonio - desgrana el sacerdote con avidez.
– Hermanos, hoy en réquiem de San Sandalio, vigésimo octavo apóstol del Pentecostés, voy a curar a un feligrés –.
Los ojos de los congregantes parecen tomar fogoso interés, mientras sus dedos emergen entre el gentío, esperando, exigiendo ser los elegidos.
Llega el momento de hacerme acreedor del empíreo milagro.
Agarro el balón de playa que descansa junto a las ruedas de mi silla y lo lanzo entre la multitud, fingiendo incontinencia salival, emitiendo guturales y mentecatos gruñidos.
El capellán calla y dirige su altanera mirada hacia mis ojos. Ve en ellos, las necesidades no satisfechas, la enfermedad, el miedo, el horror.
- Domine exercituum, dedisti mihi celestibus, adiuva me, ut curem hac infelici- musita con satánica voz.
Advierto como las llamas de los pajizos cirios avivan espoleadas por una brisa etérea, divina, sobrehumana.
Mi corazón late fuerte, impávido. Un silencio matizado por el aleteo de las moscas cándidas cubre la nave de la iglesia como celaje frío que en el amanecer desnuda pasiones furtivas.
Me estoy acojonando. Aquel miserable mosén parece tener ímprobos poderes. 
Percibo unos espasmódicos y convulsivos movimientos en mi entrepierna.
- Curem hac infelici! - repite con acerada y honda dicción.
Advierto como mi bragueta es resquebrajada por la vigorosa fuerza del ser alojado en mi pubis.
Es mi pene que, como rorro de alimaña indómita, cobra vida propia, dispuesto a, con paso pausado pero firme, emanciparse.
- Camina pequeño, camina…- musita el pastor entre los vítores de los devotos.






miércoles, 16 de octubre de 2013

ACUPUNTURA

La acupuntura es un taumatúrgico procedimiento terapéutico, perita y avezada aleación de ontología y técnica, de análisis metafísico y práctica, de crédulos dogmáticos y caricatos santeros, utilizado para la sanación de cualquier afección humana. 
Según la medicina tradicional China, existe una energía vital llamada Qi, qi circula de manera perenne por el cuerpo humano, tanto por la corteza corporal como por los órganos internos trazando trayectorias de movimientos conocidas como meridianos, cada uno de los cuales corresponde a una víscera o sistema orgánico.
La enfermedad se origina a consecuencia de un anómalo desequilibrio entre las dos fuerzas que vertebran el cuerpo humano, el yin y el yang; dos polaridades dinámicas y complementarias, y dicha asimetría bloquea el flujo de la energía neurálgica.
El restablecimiento del equilibrio del organismo es la base, el único principio para la curación.
Esta ancestral técnica de vudú cantonés, considerada ya en los añejos textos sagrados como milagrosa, consiste en insertar con denuedo una serie de recios y mágicos alfileres en la epidermis del paciente, a distintas profundidades, para espolear puntos estratégicos del cuerpo.
Las finísimas y oxidadas agujas de metal, de 3 a 125 centímetros de largo y usadas en frío por lo general, conocidas como filiformes, son la herramienta principal en los efectivos tratamientos de acupuntura.
Cada aguja, o florete taurino utilizado en patologías graves, se inserta en concretos puntos del cuerpo, dependiendo de la patología a tratar, con el fin de restaurar el flujo y la armonía de energía de nuestro organismo. Estos pinchazos, brutales y desgarradores,  están auspiciados por las leyes cosmogónicas chinas.  
Durante el etéreo tratamiento, el ingenuo paciente se acuesta apocado en una camilla, habitualmente salpicada de plasma del enfermo anterior, ya sea boca abajo o arriba. Le insertan las agujas, no siempre esterilizadas, y permanece estúpidamente con las fíbulas hincadas de 15 minutos a cuatro días aguardando que éstas hagan su milagroso efecto.
Pese a no tener corolarios secundarios, a excepción del atroz dolor en el momento de la estocada o desangrado al extraer los punzones, se han documentado algunos casos en los que el paciente ha sufrido neumotórax o perforación ventricular.
Este holístico y analéptico procedimiento es capaz de transmutar la química del cerebro, influyendo en la liberación de neurotransmisores y hormonas, y alterando las funciones del sistema nervioso relacionadas con mecanismos involuntarios del organismo. La glándula pituitaria y el hipotálamo son responsables de la liberación de endorfinas, hormonas naturales del cuerpo humano que funcionan como analgésicos. Por lo tanto, el proceso que comienza con el vándalo agujereo de una zona específica del cuerpo y continúa con la liberación de hormonas que alivian el dolor, concluye con la restitución del equilibrio interior, y por consiguiente, la sanación de la enfermedad.
La acupuntura es útil en todas las patologías. 
Es fascinante comprobar como aquel trastorno que nos está produciendo un lacerante sufrimiento mejore y desaparezca en unas sesiones.
Infinitas tesis científicas avalan la efectividad de la acupuntura en el tratamiento del dolor y en la curación de enfermedades, y está indicado su uso, por ejemplo, para sanar la lepra o el canibalismo. También se emplea en afecciones como sinusitis, fimosis, migraña, alopecia púbica, adicción a la ingesta de papel higiénico e incluso con quienes quieren contactar con seres alienígenas.
Testimonios reales:


Paco Trujillo. 63 años. Testador de preservativos.
Miopía, conjuntivitis, hipermetropía y astigmatismo.
"Perdí mis dos ojos en una partida de póquer. Tras una invasiva y cara intervención de 14 horas, un reputado oftalmólogo consiguió transplantarme los ojos de un topo caucásico. Perdí toda capacidad para percibir pequeños detalles, los puntos ciegos, las moscas volantes, los halos. Con los años, mi vista se tornó borrosa, distorsionada, casi inexistente. Tenía que llevar unas aparatosas lentes cuyos cristales medían 10 cm. de grosor. Tenía que guiarme por el olfato. Me sometieron a facoemulsificación, cirujía extracapsular e intervenciones refractivas sin éxito. Estaba muy deprimido y una tristeza y angustia muy oscuras anidaban en mí, implacables y constantes.
Decidí quemar mi último catucho: la acupuntura. No me gustaban demasiado las agujas, pero tenía que probar. Ya en el primer mes el resultado fue espectacular. En dos meses no solo había recuperado la totalidad de mi visión sino que podía ver a través de las paredes!.
Las sesiones de acupuntura reconectaron mis meridianos e hicieron fluir mi energía a diferentes niveles.
Mi oculista no podía creerlo! Se sintió tan sorprendido por mis avances que me dijo  que nunca había visto nada parecido antes.".


Jéssica Castillo. 28 años. Modelo y bailarina.
Dolores menstruales.
"Desde muy jovencita tenía el período irregular y en los últimos años llegué a tener retrasos de casi un semestre, con expulsión de flujo oscuro, mucho frío en manos, sangrado en las encías, sensación de cansancio habitual y cefaleas recurrentes. Conocí al maestro Ho Wun Choy, un encanto como persona y terapeuta, y me beneficié en sus  consultas de la acupuntura además de los remedios para mi dolencia. Son productos naturales, sin efectos secundarios. Empecé a tener reglas más abundantes y regulares de lo habitual en mí y de color más rojo vivo. ¡ Incluso puedo bañarme con la sangre en la bañera !. Tenía otros síntomas como dolores abdominales, pechos inflamados, mutación cutánea... Y esto también ha mejorado notablemente, ya que aunque hay días agotadores, me recupero en muy poco tiempo.".


Manuel Sarasa. 35 años. Funcionario público.
Disfunción eréctil e infertilidad.
"Desde los 13 años he sufrido problemas de erección, sintiéndome no hombre, un ser cabestro, un ente eunuco, pero tras 22 años sufriendo en silencio un flagelo insostenible, decidí probar la acupuntura  y ahora soy un toro insaciable!.
La acupuntura también nos ayudó a concebir. Estamos tan sorprendidos y felices con los tratamientos de acupuntura. Después de intentar toda clase de tratamientos para la infertilidad, solamente la acupuntura pudo ayudarnos.
Mi pareja está embarazada de 8 meses, y  ¡Whow … esperamos quintillizos!. Estamos tan y tan contentos…
Recomiendo a todo el mundo la acupuntura, un grato descubrimiento en mi caso. A priori es lógico que pensemos que dolerá, pero si confías en tu terapeuta y no vas nervioso compruebas que no duele.".


Froilana Tocino. 42 años. Probador de panderetas.
Ansiedad y arrebatos homicidas.
"Yo había oído hablar de varias terapias alternativas, pero sin conocimiento profundo de ninguna de ellas a excepción de la reflexología rectal, probada tras asesinar a  mi suegra.
Aún así, por compañeros de trabajo tenía muy buenas referencias, sobretodo en tema de acupuntura para dejar de fumar.
Recuerdo especialmente una sesión en la que acudí en medio de una gran crisis de ansiedad, derivando ya en incontrolados impulsos homicidas. En aquella ocasión combinaron la acupuntura con el reiki, y me cuesta explicar cuánto bien me hizo, pues me sentí de repente como teletransportada al útero de mi madre, flotando en el medio acuoso. No pude evitar abrir los ojos y llorar abrazando al médico al final de la sesión. Obviar decir que la ansiedad disminuyó de forma inmediata y que el terapeuta descansa ya bajo tierra.".


Florencio Usías. 41 años. Empresario mamporrero.
Artrosis e hiperlaxitud articular inferior.
"Jugueteando con una sierra eléctrica, sufrí una pequeña pero molesta amputación de parte de mi pierna, a la altura del menisco, bajo la rodilla, que me dejó cojeando y sin una pierna. Las alternativas eran dos: operar para insertar una prótesis postiza, que descarté como última opción, o reposo absoluto durante varias semanas, algo que debido a mi trabajo no podía hacer.
Con una pierna menos y cojeando, llegué, receloso, a la consulta de un prestigioso acupuntor recomendado por un familiar. Sustituyó el reposo por la digitopuntura y en cuestión de días mejoré un 100 % hasta tal punto que dos semanas después no solo habían desaparecido los dolores, sino que de la cicatriz de rodilla rebrotó una pierna nueva!.”.

Marceonilia Jaén. 33 años. Peluquera en paro.
Depresión y estreñimiento.
"Mi tráfico intestinal se había lentecido impidiendo que pudiera evacuar con regularidad y cuando podía hacerlo, una vez cada quince días, las heces que expulsaba eran del tamaño de un ladrillo, con los consiguientes desgarros anales que esto ocasionaba. Gracias a la acupuntura, pude regular la frecuencia defecatoria y emblandecer las heces.
También me ayudó con la depresión. Tras mi injusto despido quedé inmersa en una profunda depresión y unos ataques de ansiedad que no me dejaban ni dormir, ni razonar, ni dejar de pensar, y sobre todo, no era capaz de sonreír. Cada día estaba más débil y más triste, donde mi único consuelo diario era dormir y desconectarme del mundo. Tenía que pedir ayuda…Después de tres o cuatro sesiones con un psiquiatra, decidí optar por una terapeuta acupuntor. ¡¡Qué acierto!!. Fueron dos semanas de terapia más o menos continuada que me cambiaron la vida y sobre todo, me cambiaron a mí. Gracias a la acupuntura logré superar el estreñimiento, la depresión y ¡ conseguí trabajo!.".


Anastasio Prepuzio. 39 años. Capullo.
Ninfomanía.
"A los 9 años me diagnosticaron un comportamiento sexual compulsivo, un trastorno de hipersexualidad. Sentía desbocados deseos de fornicio. Advertí ingobernabilidad sobre mi vida, no había control.  Bastaba con ver de reojo un escote o un perfil curvilíneo en el pasillo del aseo para desencadenar una marcha inmediata al burdel más cercano. Copulaba con hombres, mujeres, frutas, animales silvestres o cualquier superficie blanda que lo permitiese.
Fue una adicción que me aisló. Visité el infierno. Me obligó a irme de casa y me mantuvo en un régimen de placer solitario que una vez me hizo masturbarme cien veces en un mismo día. Entendí que necesitaba ayuda. Acudí a un psiquiatra y un sacerdote. Sus terapias grupales no funcionaron. Después de tratarme con la medicina normal y de meses sin resultados evidentes, decidí finalmente acudir a un centro de acupuntura. Con 200 sesiones de acupuntura y 8.000 € menos conseguí controlar mis impulsos copulativos. Pese a que la terapia me resultó algo dolorosa, hoy puedo decir que llevo 2 años en la más absoluta castidad.” .




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