miércoles, 19 de febrero de 2014

PILATES

Todo el mundo habla del Pilates y de sus beneficios, pero ¿ Qué cojones es?, ¿ Cómo diantres funciona ?, y sobre todo, ¿ Para qué coño sirve ?.
En el  pedagógico post de hoy, intentaré  responder a estos interrogantes, procurando desgranar cómo se puede aprovechar este mastuerzo método que cada vez tiene más adeptos.
El método Pilates, o simplemente Pilates, es un apasionante sistema de adiestramiento físico y mental concebido por  Joseph Hubertus Pilates, último descendiente conocido del palaciego linaje Poncio Pilates, célebre verdugo de Jesucristo, quien lo urdió basándose en el conocimiento de distintas disciplinas como la gimnasia, la traumatología o el yoga, adquiridos al rebozarse en la piscina de pelotas que un reconocido tabuco hamburguesil de pitanza nauseabunda dispone para la diversión infantil.
Este saludable conjunto de ejercicios, exentos de elegancia, dónde la mancuernas, los espeluznantes instrumentos de musculación, las torturadoras bicicletas estáticas y demás artilugios de exudación sádica son reemplazados por afrancesados listones o cintas de gimnasia, barriles circenses y pueriles balones de dimensiones astrolitas, ejercita cuerpo y mente, uniendo el dinamismo y el brío muscular con el gobierno mental, la respiración y la relajación.
Su principal objetivo no es la quema de calorías, sino robustecer la musculatura y aumentar el control, fuerza y flexibilidad de nuestro cuerpo, aunque, como todo ejercicio anaeróbico, supone un aumento en el gasto energético y, por tanto, también contribuye a mantener un peso equilibrado.
Los seis principios esenciales de este sugestivo método son control, concentración, fluidez, precisión, respiración y centro. Precisamente, con este último fundamento el Pilates hace referencia al abdomen, concebido como eje de fuerza.
El abdomen, conocido también en el argot ascético como mansión del poder, ejerce como centro de gravedad del cuerpo, junto con los músculos de la pelvis, lumbares, de cadera y de glúteos.
Se trabajan desde los músculos más recónditos hasta los tendones más epidérmicos. 
La rutina de ejercicios se basa en movimientos tardos, suaves, amariconados, con escasas repeticiones, pero de aritmética precisión, muy exigentes y perfeccionistas, que desgraciadamente, requieren de esfuerzo. En ellos se trabajan ángulos anatómicos y palancas fisiológicas concretas, y se deben realizar siempre, excepto en patologías asmáticas, al compás de la respiración, estando totalmente concentrado en los hiperflexos movimientos que se realizan.
Si bien a través de la combinación de las tradiciones oriental y occidental, Pilates consiguió crear una turbadora tabla de más de 500 ejercicios, la versión más extendida es el Pilates con balón o fitball.
El balón, de titánicas dimensiones, proporciona una base inestable, veleidosa e insegura y permite que más de un grupo muscular se active a la vez. El cerebro y los músculos se activan para concentrarse en el equilibrio mientras se realiza el ejercicio.
Al tener que hinchar a pleno pulmón el macrobalón, se aumenta exponencialmente la capacidad respiratoria y la eficacia del oxígeno.
Colocando  la pelota debajo del abdomen y deslizándonos cual hámster de jaula hasta que ésta esté debajo de rodillas o espinillas, estimularemos los músculos estabilizadores pélvicos, escudo protector de la columna vertebral.
Acomodándonos sobre el balón y deslizándonos gilipollescamente hasta que éste quede bajo la parte inferior de la espalda, tonificaremos los músculos de hombro y el cartílago omóplato.
Son estrambóticos movimientos de bajo impacto y no es necesario piruetear ni recrearse, por lo tanto no se corre riesgo alguno de lesiones medulares.
Sentándonos sobre el esférico con los pies separados a la altura de los hombros y contrayendo los músculos del estómago, eliminaremos esos molestos gases intestinales y estimularemos la velluda región glútea, evitando dolores de espalda y facilitando el movimiento de caderas.
Estirándonos en el suelo con los brazos en posición relajada, colocando los pies sobre el balón, de manera que éste esté debajo de las pantorrillas, conseguiremos la alineación correcta de la columna, evitando que la espalda se arquee.
Es indudable pues que esta fascinante disciplina desarrolla la fuerza lumbar y abdominal, mejorando la flexibilidad y amplitud de movimiento, aliviando dolores espaldares, ayudando a identificar sensaciones de tensión y relajación, y por supuesto, fomenta el vínculo con el balón de látex, estableciendo con él una conexión mística, un lazo empíreo y amartelado.

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miércoles, 12 de febrero de 2014

VOYERSIMO

A través de la ventana advierto cómo la resplandeciente tarde que ha caldeado la hastiada jornada es trocada en un anochecer fundente tras los espigados edificios. 
Se han encendido ya las farolas. Por la calles la parejas deambulan subyugadas al desorden hormonal, agarradas de la mano, sorbiendo a grandes tragos el fino licor de la noche. 
En la acera, un nutrido grupo de grotescas octogenarias sentadas en sus sillas de esparto improvisan su particular Sálvame Deluxe.
Los restaurantes y tabernas, a lo largo de la avenida, son un fragoroso hervidero de conversaciones y tintineos de copas y ebrios abrazos entre desconocidos. Un decrépito joven provisto de un flamante mp3 camina con altanería, sorteando cuantas mesas encuentra a su paso, creyéndose célebre interprete de un videoclip.
La punzante voz de los borrachos se impone al resto de sonidos, incluso al estruendo de los cláxones de los impacientes vehículos y la nerviosa aceleración de sus motores al arrancar en los semáforos. En una esquina, toca una pedestre y espontánea charanga. Junto a ellos la gente baila sin saber y sin importarle qué, y mucho menos cómo.
Ni el vapor capitoso del bullicio ávido de  algarabía, ni el vaivén, la confusión o la pública animación del paseo bastan para arrancarme de mi hondo ensimismamiento. 
Escondido con astucia tras los visillos, tomo los prismáticos, dispuesto a espiar, por enésima vez, a mis nuevos vecinos.
Siento la imperiosa y furtiva necesidad de penetrar en sus vidas, participar en sus carnales apetitos impostergables, suplantarlos en sus acciones, enmendar sus defectos, entablar con ellos mudo diálogo que haga menos salvaje mi soledad.
No aguardo mucho tiempo  para advertir con mis binoculares como él se desploma con pereza en la cama y con las manos extendidas requiere a su amada. Ella lo mira golosa, vacilando entre ocuparse del consomé hirviendo en los fogones y el lúbrico placer que le promete su concubino. Sin dudarlo, se echa sobre su hombre, encima del lecho de látex, dejándose llevar por la nigromancia del fornicio nocturno.
Moviéndose al unísono, se denudan con exasperante lentitud. Él, instintivamente, se lleva las bragas a la nariz, inhalándolas con virulencia. No es gordo, pero su barriga, velluda, es formada por lorzas rollizas.
Diviso con las lentes de mi catalejo cómo sus manos se buscan, se entrelazan sus dedos y se funden con voracidad en un beso salvaje. Exploran sus encías, el lomo de sus muelas, sus dientes, sus paladares. Sus lenguas comienzan a explorar los surcos perdidos de sus cuerpos.
El juego, las caricias melódicas, cada vez son más lentas y suaves. Dilatan el tiempo, haciendo perdurar aquel momento. Me excito al contemplar el movimiento de aquellos cuerpos en íntima comunicación. Percibo cómo se pone envarado mi miembro.
Con desazón observo como ella succiona su enorme falo enhiesto. Lo manosea con cuidado, con cariño, como se acaricia a un animal recién nacido. Él la corresponde rebajándose a la altura de sus caderas para recurrir al manido cunilinguo, enfrentándose a la hedionda y velluda alimaña púbica.
Me aúno a la ajena bacanal, magreando mi pene cual cubilete de parchís antes de lanzar el dado.
Se vuelven a besar, probando, sorbiendo, lamiendo, intercambiando saliva. Ahora ambos se mueven con los ojos cerrados, dejándose llevar en su vagabundeo por el crepitar de la carne ardiente, por la suavidad invasora de la marea de los olores. Movimiento arenoso del deseo, ruido monótono y pausado de su ardor como el de las dunas asediadas por la penumbra que arrastran la brisa y la luna. Susurrando, suspirando, la urgencia va en aumento. Llega por fin el alivio cuando él se tumba boca arriba, con las manos en las caderas desnudas de su amada, los labios en sus erectos pezones. Observo cómo aquella hembra cabalga sobre él con los ojos sellados, mordiéndose el labio inferior y jadeando a medida que él la penetra hasta el fondo, cada vez más deprisa. Mi callosa mano sigue espoleando mi falo, estimulándolo con vehemencia. Son minutos eternos de excitación. Advierto cómo el femenil cuerpo se pone rígido y se contrae al llegar al clímax, abandonándose a su propio orgasmo inmediatamente después, eyaculando posteriormente yo.

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miércoles, 5 de febrero de 2014

MI PRIMER HIJO

Permanezco jadeante en el sofá, la cabeza vuelta hacia la ventana, y la mano y mi glande relucientes de fluido varonil y lechosos grumos. 
Las rítmicas maniobras de la felatómana de la pantalla del portátil han acelerado mi enésimo ejercicio onanista.
Las calles están  irradiadas por el estéril resplandor de unas farolas purpúreas y azafranadas, suspendidas en la oscuridad, que almacenan con abulia heces y orines caninos.
Observo abstraído  mi miembro laxo, vencido, domesticado. Oigo el aire sisear entre mis alvéolos revestidos de nicotina y carcinoma.
De repente el salón se ilumina, como si lo fotografiaran con nervioso flash, al desplomarse un relámpago que secciona el lóbrego cielo en dos.
El viento comienza a soplar, intensificando el susurro de las hojas,  y las primeras gotas de lluvia tamborilean sobre la ventana.
El súbito zumbido del teléfono, descargando su zozobra a través de prolongados y escalofriantes tonos, me despierta del narcótico desazón en el que me hallo sumido.
Con hipnótica apatía me dirijo hacia la carcomida mesita de madera, dejando a mi paso una estela de gotas de esperma.
- Anastasio. Soy yo, Jacinta…- susurra la voz al otro lado del aparato.
Oprimo con fuerza el auricular y miro incrédulo el viejo reloj de madera y bronce remachado con torpeza contra la pared. Las tres y media de la madrugada.
Seis meses sin saber de Jacinta tras nuestra quiebra sentimental. Su llamada me aturde.
- ¿ Qué coño quieres, zorra ?- replico contrariado.
Anastasio…Estoy de parto…He roto aguas y las contracciones son cada vez más seguidas- murmura llevándose el puño a la boca para reprimir un sollozo.
¡ Enhorabuena, puta ¡. Ya puedes ir pidiendo cita al médico para que castre a tu hijo no vaya a heredar los genes de su madre, ¡¡¡ promiscua ramera!!!-.
- Tasio, cariño…No lo has entendido…El bebé es tuyo. Tú eres su padre…- objeta en un alarde de comedimiento y conciliación.
- Pero...¿ Qué cojones estás diciendo ?- vocifero estriando mi grotesco rostro en actitud de incredulidad.
El niño…El niño es tuyo. Vas a ser papá… ¡ Necesito que vengas cuanto antes! -ordena dejando caer el teléfono al suelo y llevándose la mano al vientre.
Aprieto los dientes, advirtiendo cómo mi atocinado cuerpo se empapa de gélido sudor. Diviso con claridad moléculas ondulando a mi alrededor. Hiperventilo. Las arrugas de preocupación de las comisuras de mi boca y frente se acentúan.
Pero no hay tiempo de dilaciones ni de estériles remordimientos. Me enfundo el chándal y las bermejas deportivas y con perita habilidad, hurto la bicicleta del vástago de mi vecino, encadenada en la barandilla del rellano.
Apenas 95 minutos bajo ciclópeo aguacero me separan del estudio de Jacinta.
Empapado, entro en su apartamento y la descubro derribada sobre la cama, desnuda, pitillo en la boca, mórbida, obesa, acariciándose su gestante barriga, gimiendo como posesa gorrina. Percibo la sordidez gangosa que la rodea. Letrina maloliente, deshechos putrefactos esparcidos por toda la habitación cual hongos venenosos brotando en la podredumbre obscena del infierno.
- Ya estás aquí, gracias a Dios- susurra Jacinta apretando los molares para combatir otra oleada de dolor.
-Tenemos que ir al hospital. He venido en bicicleta...Espero que eso no sea un inconveniente- propongo visiblemente histérico.
-No hay tiempo para eso. Las contracciones son más frecuentes. Tendré que parir aquí...- abronca presa de un jadeo felino.
Sin dudarlo, arremango las mangas de mi chándal, tomo un par de toallas bituminosas, y tal y como había aprendido en aquellos documentales de la 2 sobre el maravilloso parto de las hienas, empiezo a lamer su vagina, hidratando con esmero el orificio de salida.
- ¿ Qué coño haces, depravado ?- recrimina enojada. - ¡ Tienes que mirar con el dedo si el cuello uterino está dilatado! .-
Asintiendo sin mediar palabra, escupo generosamente sobre mi dedo corazón y penetro su cavidad vaginal. Secreciones acuosas, extensión uterina, virutas de pepino probables restos de una autoestimulación casera, pero ni rastro del bebé.
Procedo a introducir mi mano por su velludo felpudo. Con rotatorios movimientos de muñeca descubro la ausencia del retoño.
Lo intento ahora con todo mi brazo. Lo empotro hasta el duodeno. Al no hallar indicios prosigo hasta el páncreas. Allí palpo lo que parecen ser los pies del bebé, suaves, tiernos, delicados.
- Anastasio... ¿ Va todo bien?- murmura Jacinta al percibir la preocupación en mi rostro.
- El bebé...Ya ha descendido, pero está en posición inversa cefálica. Tendrás que parir por vía rectal...- afirmo con rotunda seguridad.
Seco con apego las gotas de sudor que perlan su marchita frente. Me inclino sobre ella y la beso.
- Un último esfuerzo, cariño. A la de tres, aprieta con todas tus fuerzas como si fueras a cagar. Un, dos tres...-




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