Siete años sin tomar vacaciones es mucho tiempo. Tal vez demasiado. La última vez que entré en una agencia de viajes fue para preguntar como volver a casa. Y siendo un viajero incansable, ese período me pareció una eternidad. Por ese motivo, cuando en julio mi amigo Evaristo me propuso formar parte de una expedición arqueológica para intentar encontrar las ruinas del Yacexchilan, la Diosa de la fecundidad maya, no lo dudé ni un segundo. Nunca había hecho algo así, pero la idea me apasionó. Si bien hacía unos meses que había retomado el gimnasio, decidí encarar un plan de preparación más exigente. El gran día llegó.
El jefe de la expedición se sentó en la primera fila de los asientos del autobús y empezó a cantar canciones monjiles y versiones moñas de Los Beatles. El muy capullo aplaudía hechizado, visiblemente emocionado, invitando a sus colegas que tararearan con él las estúpidas melodías. Nadie le hizo caso. La noche ya era cerrada y llovía en el exterior. Las gotas resbalaban por el cristal y se unían unas a otras, dejándose caer hasta el suelo mojado de forma sumisa. El limpiaparabrisas del autocar apenas daba abasto para limpiar el agua que caía sobre el cristal cada vez con más intensidad. Una ligera niebla entorpecía la ya poca visibilidad de la carretera. Habíamos iniciado el ascenso a la cordillera del Yucatán. Se escucharon unos ruidos secos, metálicos. Procedían del maletero del autocar. Horrorizado suplicaba golpeando la carcasa para que me sacaran del maletero donde me habían encerrado. Malditos cabrones. Me asfixiaba, pedía auxilio con voz ronca. El maricón del conductor, al oír mis bramidos de socorro, más meneos le metía al autocar, frenando y acelerando bruscamente para que los hostiazos que me diera fueran más brutales. Llegamos al destino y la densa vegetación iba meciéndose al compás del viento que empezaba a soplar. Empezamos a montar las tiendas de campaña, en lo que sería el campamento base. En apenas 2 horas amanecería por lo que optamos por no dormir e iniciar nuestra expedición con los primeros rayos de sol. Yo continuaba mareado, cianótico. Estaba pálido como un cadáver. Dos de los arqueólogos decidieron acompañarme a dar un paseo, en una actitud un tanto extraña por el inaudito altruismo hacia mi estado de salud. Nos adentramos en la selva. Árboles enormes y matorrales cerrados formaban un laberinto vegetal. El boscaje era denso, con una oscuridad casi asfixiante. Teníamos que usar las manos para abrirnos camino entre las ramas y las vastas hojas arañaban nuestros rostros conforme avanzábamos. Apenas podía seguirles. No había espacio para moverse. Las raíces y las plantas enredaderas conspiraban para que tropezaran mis pies. Tras tres horas de travesía, nos detuvimos a descansar. Paramos en una zona donde la maleza era abundante y tenebrosa. Uno de los expedicionarios propuso jugar al escondite. En el sorteo, amañado, me tocó a ser el 1º en contar. Debía hacerlo hasta 5.000. Me volví contra un árbol, me tapé la cara e inicié el agotador conteo ayudándome para ello de los dedos de mi mano. Mis compañeros huyeron velozmente hacia el campamento. Tras 90 minutos de recuento, me giré . Estaba rodeado de una maraña de arbustos y tupida maleza, pero ni rastro de los arqueólogos. Empecé a gritar: -“ ¿Donde estáis cabrones?”.“¿Podéis ayudarme? “- Mis esfuerzos eran estériles. Me habían abandonado como a un perro. -“Eooooooooo! Hay alguien?”- .-“ Estás solo capullo de mierda!”- me contestaba el eco. Me habían dejado en medio de la selva para poder llevarse ellos la gloria al descubrir las ruinas. Agotado y desorientado empecé a caminar sin rumbo a través de la vasta jungla, impenetrable, tupida, hostil. Había oído que uno se puede guiar por la estrella polar. Así lo hice. Levanté la mirada y divisé una luz fascinante, un fastuoso destello incandescente que se movía en el cielo nublado. Era la Estrella Polar. Si la seguía caminaría hacia el Norte. La empecé a perseguir. Primero andando. Luego al trote y finalmente al srint. El puto cometa se movía cada vez a más velocidad. La estrellita de los cojones cambiaba intermitentemente de color. Primero rojo. Luego azul. ¡Me cago en la puta!. No era una estrella. Era un jodido avión. Aturdido y desmoralizado, reemprendí la marcha adentrándome de nuevo en un mar de plantas y árboles que se entrecruzaban en una densidad inconcebible. Oí un ruido que me sobresaltó. Procedía de unos espesos matorrales. Una bestia dejó escapar un ronco gruñido. El aire soplaba y la humedad era asfixiante. La madera de los árboles crujía quedamente por el viento. Experimenté la sensación de ser observado. Había lago allí. Muy cerca. De pronto se abrió el ramaje de unas lianas y un bravío jabalí salió tras ellas. Era una hembra. La bestia emitió un profundo y gutural gruñido. Colmillos como dagas sobresalían de su hocico. Sus ojos parecían querer devorarme. Sentí como se me removía el estómago. Pareció transcurrir una eternidad, pero el puerco salvaje no se movía. Noté como bajaba un sudor frío por la espalda y se me acumulaba en el cinturón. Bendito sudor. El viento cambió repentinamente de dirección. Ahora soplaba con fuerza hacia el norte. El mamífero pudo olfatear mi olor a sudación. Un hedor rancio, verraco, estiercolero. Una tufarada de cerdo. El jabalí, al comprobar que yo probablemente era un ejemplar de su especie, dio media vuelta y desapareció entre los matorrales. Respiré aliviado. La selva empezó a despertar. Se escuchaban el griterío de las crías de las aves pidiendo el desayuno a sus progenitores. Los macacos comenzaron a chillar, juguetando entre las ramas de los árboles y las panteras rugían hambrientas. Los rayos de sol que consiguieron atravesar la tupida maraña arbórea, acariciaron mi piel. Me bajé los pantalones y tras tocarme el pene, éste erectó y pude comprobar que eran las 7.00 de la mañana a juzgar por la sombra que desprendía mi falo tieso. Me dolía la cabeza. Me dolían brazos y piernas. Estaba perdido. Tendría que trepar por los árboles que me rodeaban para ver si veía lago. Pero apenas me quedaban fuerzas. El cansancio se había apoderado de mí. Débil y extenuado, decidí tomar una decisión impropia de un hombre de mi escaso intelecto. Aquella selva era colosal, virgen, primigenia. Parecía palpitar como si tuviera vida propia. Aprovechando que el día había amanecido despejado, decidí subirme a la copa de un árbol. Frondosa vegetación serrana se perdía en el horizonte. Grité pidiendo ayuda. Un chillido desgarrador, impotente, desesperado. -“ Socorro, Auxilio”- grité afligido. PAAAM!. Un balazo rozó mi cara y se incrustó en el leño del abeto. El silbido de una segunda bala que destrozó mi oreja, me hizo reaccionar. Unos cazadores furtivos me habían confundido con un mono. Cegado por la desesperación, salté al vacío intentando huir de aquel lugar. El hostiazo que me di fue brutal. No podía ponerme de pie. Empecé a sentir un respirar muy agitado, mi corazón latía angustiosamente. Una tercera ráfaga de disparos descargó a escasos metros, desplumando un longevo helecho. Los tenía cerca. Muy cerca. Con las pocas fuerzas que aún albergaba, y a cuatro patas, me escabullí entre los matorrales. Aullaba de dolor, contoneando mi cuerpo. Recorrí un par de kilómetros. Los zarzales me habían arañado el cuerpo. Había conseguido despistar a los cazadores. Paré a descansar. Estaba exhausto. Allí reinaban los rugidos de felinos, monos y el canto de los pájaros. Todo era verde, se sentía el ambiente salvaje. Me levanté, tomé un largo sendero entre verdes matorrales, hasta que súbitamente aparecieron, entre el espeso follaje de la selva, las ruinas, sepultadas por el tiempo, de la mitica Yacexchilan, la diosa de la fecundidad. Lo había conseguido.
X Dios! Que bueno.
ResponderEliminarQue hartón de reír! jajajaja
genial
ResponderEliminarWua tío, te has superado. Partida de culo con la historia.
ResponderEliminarSublime. Estamos en la oficina con los compañeros partiéndonos de risa. Que imaginación la suya!
ResponderEliminarJoder con la diosa de la fecundidad...No sé si es un logro o un fracaso haberla descubierto.
ResponderEliminarExcelente el post.
Mucho, brutal la historia. Maestro de la vulgaridad.
ResponderEliminarSe le va la pinza!!!!
ResponderEliminarBueníssssssssimio!!!!
llorando de risa,,,,
ResponderEliminarJAJAJAJAJAJAJAJAJAA
ResponderEliminarQue vivan las ruinas del Yacexchilan!!!!!
ResponderEliminarjajajajajajaja
K WUENO TÍO :D
ResponderEliminarSe ha lucido Sr. Prepucio. Cada día poniendo el listón más alto.
ResponderEliminarEl monstruo de las letras. Gracias.
ResponderEliminarVaya ida de bola, buenisimo el relato!!!!!!!!
ResponderEliminarCrack. Divertidísimo relato Don prepuzio.
ResponderEliminarWTH?¿
ResponderEliminarLleva en su genética ADN perverso e inmoral. Jajajaja.
ResponderEliminarUn monstruo de la ordinariez.
Macanudo este blog.
ResponderEliminarUna abrazo muy fuerte desde Argentina.
Soberbio. Y punto.
ResponderEliminarEsa diosa bien parece una maldición...
ResponderEliminarBuen post tío.
GENIAL. GENIAL. GENIAL.
ResponderEliminarJoder, QUE SUSTO!!!
ResponderEliminarEso si es literatura, jajajajajajajaja. Muy, muy bueno
ResponderEliminarImpechonante,,,,y nunca mejor dicho.
ResponderEliminarQue bruto es usted, Don Prepuzio, jajajajaja
ResponderEliminarNo imaginación y perversión no tiene límites,,,,,,,,
ResponderEliminarNo es una diosa, es el mismísimo diablo!!!!
ResponderEliminarQue horror por Diosssssssssssss jua juas
ResponderEliminarTe aplaudo con las orejas. Me estoy tronchando de risa.
ResponderEliminarQue miedo la Diosa en cuestión. Parece el mismísimo Demonio.
ResponderEliminarEs la maldición de Tutan-kamon!!!! jajajjajaja
ResponderEliminarSu mejor post junto al de la Gorda del autobús, sin duda. Genial.
ResponderEliminarEnorme.
ResponderEliminarDebería reunir todos sus post y escribir un libro. Lo de tener un hijo y plantar un árbol, mejor que no lo intente....a saber que burrada hará...
ResponderEliminarEstá para que lo encierren Don Anastasio.
ResponderEliminarJoder que imaginación. Eres bueno tío.
ResponderEliminarEs acojonante el nivel que nos demuestra relato tras relato.Como me he reido#
ResponderEliminarEsta es la verdadera aventura de Indiana Jones.Hoolliwood ya se encarrgo de pulir los detalles.
ResponderEliminarUn blog muy divertido.
In saludo blogueros desde Oviedo
Muy bueno! Lo que no le pase a usted...
ResponderEliminarJAJAJAJAJAJAJJA
ResponderEliminarQue grande eres maestro.
ResponderEliminarBuenísimo camarada!!!! Te has lucido!!!!
ResponderEliminarLARGA VIDA A PREPUZIO¡¡¡¡¡
ResponderEliminarEstá loco de remate!!!!
ResponderEliminar¿Y qué hizo cuando descubrió tal belleza de diosa de la belleza de la fecundidad?
ResponderEliminarBueno,,,,,mejor no lo explique.
Al principio me ha dado hasta pena usted, tiene unos compañeros de viaje totalmente inhumanos y le han tratado peor que a un perro. Y referente al descubrimiento, espero que no se introdujera usted en los orificios de esa efigie, no parecen muy ventilados.
ResponderEliminarDivertidas sus aventuras, como siempre y gracias.
Impresionante Sr. Capullo
ResponderEliminarUn crack!
ResponderEliminar¡Buenísima! Tanto la historia como la manera de escribirla.
ResponderEliminarSimplemente, inmejorable.
jaja! Buena historia. Un buen descubrimiento tu blog.
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