Fuera, en la calle, ya había anochecido hacía un buen rato. El viento soplaba con una fuerza inusitada, como antesala de una tormenta que estaba a punto de llegar. Antes de cerrar la oficina con mi llave, limpié el microcosmos vivo de pelusa, pelos y migas del teclado de mi pc. Tecleé con dificultad en la pequeña consola la clave para activar la alarma electrónica. Esperé unos segundos tras cerrar la puerta hasta que escuché un pitido agudo que indicaba que la alarma quedaba en servicio, y con un gesto instintivo me eché la gabardina por encima de los hombros. El frío arreciaba y empezaba a lloviznar. Con paso rápido caminé por la calle lamentándome en silencio por el fracaso de la utopía. Olía la humedad en el ambiente. Un aire gélido recorría la ciudad, produciendo un sonido fantasmagórico. En un callejón, un perro famélico, sucio y maloliente rebuscaba en un cubo de basura. Varios metros más allá, una mujer era violada por un negro hijo de puta. Al lado un yonki sidoso y maricón esperaba que algún transeúnte distraído pasara para rajarle, robarle la cartera y conseguir la próxima dosis de mierda de diseño. Me miré en la ventana de un coche. Me percaté que había gente dentro copulando. Eran dos hombres. Alcancé mi vehículo. Abrí la puerta y con rapidez me introduje en su interior. Metí la llave en el contacto y en breves segundos una tenue luz dio vida al mugriento cuadro de mandos. Giré la rueda de la calefacción, y me dispuse a iniciar la marcha hacia mi casa. Me pasé la mano por el pelo y la lengua por mis labios. Bajé la ventanilla para apoyar un brazo, me encendí un cigarro y levanté la cabeza con aires de ganador. Exhalé el humo con gusto y dejé que el pitillo colgara lacio de mis labios. El humo ascendió a mis ojos y tuve que entornarlos formándose gruesas arrugas. Que imbécil. Busqué en la guantera el cassette de Camilo Sexto. Me cagué en su madre cuando recordé que lo había visto por última vez encima de mi cama. Decidí encender la radio para hacer el trayecto más apacible cantando como si me estuviera jugando la estancia en la academia. Giré a la derecha para incorporarme a la carretera comarcal por la que tendría que transitar varios kilómetros. No me gustaba nada regresar a casa por ese camino, máxime cuando hacía una noche tan desapacible como aquella, ya que el firme no se encontraba en buen estado y apenas había iluminación. De hecho se había producido en ella varios accidentes en los últimos años, alguno de ellos mortal. Esto también había dado lugar a habladurías de la gente, que afirmaba que en una curva se aparecía una mujer joven vestida de amarillo y con aspecto desaliñado que había muerto años atrás. Quién conseguía verla se despeñaba por el barranco con el coche y moría en el accidente.
Yo no era persona que diera mucho crédito a este tipo de historias. Sin embargo tenía que reconocer que había algo en esa carretera que me provocaba una sensación extraña, de intranquilidad. No obstante, me daba mucho más miedo a que uno de mis amigos me llevara al diario de Patricia o que Callejeros me grabara borracho y lo viera mi madre.
Ya había dejado atrás las luces de la pequeña ciudad, y la oscuridad lo inundaba todo. Sólo el resplandor de los faros delanteros era capaz de romper con la negrura de esa noche sin luna. La niebla cubría la oscuridad con su manto blanquecino, impidiendo ver más allá de unos pocos metros.
De pronto, una sensación muy extraña se apoderó de mí. Me di cuenta que no se escuchaba ningún ruido, salvando la radio y el sonido del motor y los neumáticos sobre la gravilla. Tenía el pene erecto. Tal vez esa fuera la extraña sensación. Conducía con gran nerviosismo pues entraba en la curva donde aquella chica de la leyenda urbana se mató. Era la una de la mañana y el silencio sólo era interrumpido por incisivas ráfagas de viento, tan frío que mordía los huesos. Insulté ingeniosamente a un organismo de inteligencia inferior. Era una mosca que se había colado en mi vehículo. Al tomar la curva la divisé. Era la chica de la leyenda. Frené en seco y con mis manos me tapé el rostro, con la esperanza de que todo fuera fruto de mi imaginación. Paré en el arcén sin saber bien para qué, ni que me encontraría. Abrí la puerta del coche y salí. Fuera llovía copiosamente, pero apenas se escuchaba algo más que el ruido del motor y el golpeteo de las gotas de lluvia en el techo del coche. Mi corazón empezó a latir aceleradamente. La espectral aparición me preguntó si podía llevarla. Balbuceando, sin haber despejado del todo ese hormigueo que tenía en el estómago, pregunté a la mujer quién era, y que hacía allí. Sin embargo ésta no articuló palabra. Su mirada seguía perdida Dios sabe dónde… No podía ser. No podía estar nadie allí. No podía ser que esa vieja historia de la mujer de la curva me estuviera ocurriendo a mí. Acojonado, la invité a entrar a mi vehículo. A medida que se iba acercando, mis dudas se iban disipando. Rubia, ropa amarilla, prendas mojadas…Era la mujer de la curva. Subió al coche…y recorrimos cientos de kilómetros…
Yo no era persona que diera mucho crédito a este tipo de historias. Sin embargo tenía que reconocer que había algo en esa carretera que me provocaba una sensación extraña, de intranquilidad. No obstante, me daba mucho más miedo a que uno de mis amigos me llevara al diario de Patricia o que Callejeros me grabara borracho y lo viera mi madre.
Ya había dejado atrás las luces de la pequeña ciudad, y la oscuridad lo inundaba todo. Sólo el resplandor de los faros delanteros era capaz de romper con la negrura de esa noche sin luna. La niebla cubría la oscuridad con su manto blanquecino, impidiendo ver más allá de unos pocos metros.
De pronto, una sensación muy extraña se apoderó de mí. Me di cuenta que no se escuchaba ningún ruido, salvando la radio y el sonido del motor y los neumáticos sobre la gravilla. Tenía el pene erecto. Tal vez esa fuera la extraña sensación. Conducía con gran nerviosismo pues entraba en la curva donde aquella chica de la leyenda urbana se mató. Era la una de la mañana y el silencio sólo era interrumpido por incisivas ráfagas de viento, tan frío que mordía los huesos. Insulté ingeniosamente a un organismo de inteligencia inferior. Era una mosca que se había colado en mi vehículo. Al tomar la curva la divisé. Era la chica de la leyenda. Frené en seco y con mis manos me tapé el rostro, con la esperanza de que todo fuera fruto de mi imaginación. Paré en el arcén sin saber bien para qué, ni que me encontraría. Abrí la puerta del coche y salí. Fuera llovía copiosamente, pero apenas se escuchaba algo más que el ruido del motor y el golpeteo de las gotas de lluvia en el techo del coche. Mi corazón empezó a latir aceleradamente. La espectral aparición me preguntó si podía llevarla. Balbuceando, sin haber despejado del todo ese hormigueo que tenía en el estómago, pregunté a la mujer quién era, y que hacía allí. Sin embargo ésta no articuló palabra. Su mirada seguía perdida Dios sabe dónde… No podía ser. No podía estar nadie allí. No podía ser que esa vieja historia de la mujer de la curva me estuviera ocurriendo a mí. Acojonado, la invité a entrar a mi vehículo. A medida que se iba acercando, mis dudas se iban disipando. Rubia, ropa amarilla, prendas mojadas…Era la mujer de la curva. Subió al coche…y recorrimos cientos de kilómetros…
Onde stá esa carretera?¿
ResponderEliminarRecordaba la historia algo diferente,,,,
ResponderEliminarYo quiero que se me aparezca, joder!!!! JAJAJAJAJA
ResponderEliminarQue buen blog.
Saludos desde Santander!
El 'Cervantes' a la imaginación!!!!!
ResponderEliminarjajajajajaja
ResponderEliminarjajajajajaja¡¡¡¡
ResponderEliminarRecordaba a la moza algo más siniestra.
ResponderEliminarGracias Dios
ResponderEliminar¡ COÑO !Como ha cambiado el cuento!
ResponderEliminarJoder si paro. Paro y me voy a noruega con ella. JAJAJAJA
ResponderEliminarGenial como nos tiene mal acostumbrados. Por cierto ya se acerca a las más que magnífica cifra de 200.000 visitas a su blog.
ResponderEliminarQue bueno!!
ResponderEliminarAl estilo se lo que hicisteis el ultimo verano
PASARME LAS COORDENADAS GPS!!!!
ResponderEliminarPura economía de truque, jajajaja
ResponderEliminarPues yo no sé si pararía para llevarla...su sonrisa es particularmente sospechosa...
ResponderEliminarPues seguro que le pegó un bocado a su miembro que lo dejó tieso!
ResponderEliminarNo era la mujer de la curva.
ResponderEliminarERA CAMILO SEXTO.
Como acojona la primera foto¡¡¡¡
ResponderEliminarNo puedo decir los mismo de la segunda. Personalmente pararía en un gesto de caballerosidad y la llevaría dónde me indicara.
Vaya si paro, jajajajaja
ResponderEliminarJajaja pero ¿por dónde trabaja usted?, menudo panorama, como para ir con guardaespaldas.
ResponderEliminarY referente a la chica, pídale matrimonio, por lo que le conozco puedo asegurar que nunca jamás volverá a tener tanta suerte.
Como le envidio....a mi nunca me suceden cosas como estas. Pero pensándolo bien, y viendo a su grotesca familia, envidia, lo que se dice envidia, no le tengo.
ResponderEliminarDonde habéis dicho que está la muchachita en cuestión?¿
ResponderEliminarGenial, jajajajajaj
ResponderEliminarintento activar la imaginación, pero solo se me ocurren escenas eróticas dentro de un coche en mitad de una fuerte tormenta...
ResponderEliminarte estas poniendo romántico. Anastasio no te conozco!
jejjejejejejej
ResponderEliminarHasta Siberia la llevaba yo!
ResponderEliminarYo arriesgo mi vida y la subo pá mi coche sin dudarlooooooooo¡
ResponderEliminarEn qué carretera secundaria dijo que se encontró a tan siniestra moza?
ResponderEliminarCada día mejora con los montajes fotográficos.
ResponderEliminarGenial el artículo.
Grande¡
ResponderEliminark Bueno!
ResponderEliminar...y encima de todo, tú, experimentando una erección. ¡Ja!
ResponderEliminarjo an passado mas de tres messes k me an enviaooeso i no ise ni puto
ResponderEliminarcaso