Yacía yo grotescamente desnudo en el roñoso sofá de mi apartamento. Recitaba poesía de Espronceda con evidentes signos de embriaguez. Comía un trozo de pizza podrida de sospechoso tono verdusco. La masticaba como si de un chicle se tratara, mientras alguna larva del queso putrefacto se adhería en mis comisuras resistiéndose a morir. Me incliné de forma cansina sobre la asquerosa butaca del salón, mientras que con mi torpe y temblorosa mano derecha ahuyentaba ratas y otras criaturas que habitaban en el rico ecosistema del comedor. Estaba repantigado frente al viejo televisor, con la mirada perdida, confusa, desorientada. No veía nada de lo que aquel empolvado receptor me estaba regurgitando en mi dantesca cara.
Tras sacudir el mando a distancia, conseguí cambiar de canal. Abrí la boca en un gesto de admiración, exhibiendo restos de gusanos blancos incrustados entre los dientes. Una imagen me hizo despertar de mi perturbado letargo. Un sonriente y atractivo treintañero, de facciones espartanas, y cuyo cuerpo parecía haber sido tallado en mármol, se ejercitaba con una máquina de abdominales. El sudor acariciaba sus fornidos pectorales cubiertos de un fino vello que abrazaban unos firmes y erectos pezones. Sus dorsales, perfectamente pronunciados, se precipitaban vertiginosamente abriendo paso a un abdomen macizo, robusto, sansónico. Todas las partes de su geométrico cuerpo, como sus hercúleos y torneados bíceps, despertaron en mí una impetuosa fascinación.
Tras sacudir el mando a distancia, conseguí cambiar de canal. Abrí la boca en un gesto de admiración, exhibiendo restos de gusanos blancos incrustados entre los dientes. Una imagen me hizo despertar de mi perturbado letargo. Un sonriente y atractivo treintañero, de facciones espartanas, y cuyo cuerpo parecía haber sido tallado en mármol, se ejercitaba con una máquina de abdominales. El sudor acariciaba sus fornidos pectorales cubiertos de un fino vello que abrazaban unos firmes y erectos pezones. Sus dorsales, perfectamente pronunciados, se precipitaban vertiginosamente abriendo paso a un abdomen macizo, robusto, sansónico. Todas las partes de su geométrico cuerpo, como sus hercúleos y torneados bíceps, despertaron en mí una impetuosa fascinación.
Aquel hombre era un oasis para la vista femenina. Y para la masculina…
Era un astuto anuncio del teletienda. Con una habilidosa mezcla de pueril diálogo, expresiones exageradas, y la robótica repetición del mensaje comercial, el spot publicitario consiguió hipnotizarme.
Relataba aquel reclamo publicitario que el fornido muchacho había conseguido esculpir su cuerpo en 30 días con la ayuda de un artilugio para abdominales y unos estimuladores musculares electrónicos. Y sin esfuerzo. Los risueños testimonios que habían probado el método estaban tremendamente complacidos.
Ansiaba tener aquellas abdominales. Deseaba rallar el queso en mi vientre. Anhelaba conseguir un abdomen como el de Leónidas. Ambicionaba una panza dura como el cemento armado.
“ Últimas existencias, últimas existencias, últimas existencias”, recordaba el anuncio mientras referenciaba un teléfono de contacto. No podía permitir que otro desalmado adquiriera el producto. Miré de reojo el teléfono y me lancé felinamente para descolgarlo. Realicé el pedido. 340 €. Pagué con Visa.
Hoy, tras 752 días de la adquisición del artículo, he de confesar que los resultados han sido sorprendentemente paupérrimos. Desde el primer día me impliqué con aspaviento como si de Rocky Balboa se tratara. Maratonianas sesiones de abdominales, sudando como un sucio gorrino. Exhaustos ejercicios ventrales, lentos, rápidos, pausados, raudos; con movimientos circulares, perpendiculares, horizontales, verticales, elípticos, parabólicos, curvilíneos, cinemáticos. Y unas agujetas intestinales de tres pares de cojones. Pero nada.
Estoicamente he resistido las despiadadas y brutales descargas eléctricas del jodido estimulador muscular. Me han provocado sádicos espasmos, violentas convulsiones e incluso ataques epilépticos. Nada de nada. Recuerdo con aversión la sonrisita del vigoroso muchachote del anuncio. Con la autoestima lastimada, me miro al espejo y mi vientre sigue abombado, atrozmente seboso, cruelmente mantecoso y flácido, con un perímetro abdominal tal gladiador de sumo.
Estoy desconcertado, tremendamente desorientado. Las dudas me asaltan. ¿ Qué estaré haciendo mal?.
Jajajaja, me encanta la entrada y, sobre todo, tu forma de escribir. Es genial.
ResponderEliminarMuy bueno!!!!
ResponderEliminar¿Es que os habéis molestado
ResponderEliminar(y es solo por curiosidad),
en ver si la electricidad
es cuando está conectado
de verdad mejor funciona,
sin mover ni una neurona?
Pues suele ser conveniente
cuando uno compra un invento
leerse primero el prospecto
de forma que asaz consciente
permita dello un buen uso
en vez de hacer el capullo.
Queda siempre vuestro amigo y admirador,
Muy bueno Sr. Grepuzio!.
ResponderEliminarGenial Carlos Galeón!
¡Muy bueno!
ResponderEliminar¿Ha probado bajar esa barriguita con cremas?
A mi me pasó lo mismo!!!!! Menudo timo!!! jejejeje
ResponderEliminarPerdón....¡¡¡¡ es la cola del metro para ir a Móstoles ¡¡¡
ResponderEliminarLE HAN TIMAOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
ResponderEliminarJa ja ja ja, me lo imagino a Ud. ejercitándose con ese artilugio y me descojono vivo!!¡¡
ResponderEliminarJajajajajaja Es usted un auténtico 'pardillo'!!!!!!!!
ResponderEliminarLa verdad que los productos que venden en el teletienda son alucinantes ;)
ResponderEliminarSr. Anastasio, deleitenos con alguna de sus hitorietas con Jacinta, plis!
ResponderEliminarQuerido Anastasio, no me lo puedo creer, ¡usted chorreando kilómetros de aceite! «Abrí la boca en un gesto de admiración [...] Un sonriente y atractivo treintañero, de facciones espartanas, y cuyo cuerpo parecía haber sido tallado en mármol[...] El sudor acariciaba sus fornidos pectorales cubiertos de un fino vello que abrazaban unos firmes y erectos pezones [...] Todas las partes de su geométrico cuerpo, como sus hercúleos y torneados bíceps, despertaron en mí una impetuosa fascinación» ¿No será más bien que le van los de la otra acera?
ResponderEliminarComo siempre suya y un poco triste, Ramona.