Hermenegildo, mi mejor amigo. |
Ser amigo es pensar en el otro, hacerle feliz, apoyarle, brindarle una palabra de aliento en momentos funestos y amargos. Es atenderle, cuidarle, mimarle.
La amistad es un sentimiento maravilloso con el que cuenta la humanidad. Es un sentimiento verdaderamente prodigioso, que nos permite compartir nuestras vivencias con otras personas con las cuales sentimos empatía y confianza. Es una experiencia única, indescriptible. Compartir los éxitos y los fracasos, puesto que el apoyo que se brinda entre amigos hace sentir mayor vitalidad y erguirse en las vicisitudes de la vida. La relación de amistad, afecto y confianza con otra persona nos sirve de cobijo, porque en ella hallamos amparo, socorro y cálida protección. La verdadera amistad, no tiene germinado el sentido de la posesión, y no es absorbente en su trato con los demás, no hay en ella reivindicaciones, ni pretensión antojadiza, ni exigencias; al contrario, es libertad y apoyo mutuo.
La amistad es un sentimiento maravilloso con el que cuenta la humanidad. Es un sentimiento verdaderamente prodigioso, que nos permite compartir nuestras vivencias con otras personas con las cuales sentimos empatía y confianza. Es una experiencia única, indescriptible. Compartir los éxitos y los fracasos, puesto que el apoyo que se brinda entre amigos hace sentir mayor vitalidad y erguirse en las vicisitudes de la vida. La relación de amistad, afecto y confianza con otra persona nos sirve de cobijo, porque en ella hallamos amparo, socorro y cálida protección. La verdadera amistad, no tiene germinado el sentido de la posesión, y no es absorbente en su trato con los demás, no hay en ella reivindicaciones, ni pretensión antojadiza, ni exigencias; al contrario, es libertad y apoyo mutuo.
Joder…me estoy emocionando…
Mi mejor amigo es Hermenegildo.
Hermenegildo tiene los hombros húmedos de mis lágrimas. Es leal y sincero. Me comprende. Me acepta como soy y tiene fe en mí. Hermenegildo reconoce mi virtudes, sin envidias, sin rencores o desazones. Hermenegildo me estimula y elogia sin adularme. Me ayuda desinteresadamente, y no abusa de mi bondad. Con sus versados consejos me ayuda a pulir mi personalidad. Hermenegildo goza con las alegrías que llegan a mi corazón, respetando mi intimidad. Hermenegildo es un salvavidas ante un ataque de depresión, es un pañuelo de lágrimas, provoca en mí grandes suspiros de alivio, escucha, aconseja, impulsa, llora conmigo, sufre conmigo, canta conmigo, eructa conmigo.
Hermenegildo es un perro. Y no en el sentido despectivo del vocablo. Hermenegildo es un canino, un sabueso, un podenco. Y es mi amigo. Sí. Mi mejor amigo. Pese al vínculo casi místico que me une a Hermenegildo, el muy cabrón no me hace ni caso. Cuando jugueteamos en el parque y le lanzo la pelotita, el jodido se me queda observando inmóvil, con una mirada sardónica y mordaz, burlándose de mí. Ni se inmuta el malnacido. Hermenegildo tiene un sospechoso descontrol de su esfínter cuando yace en el preciado felpudo tunecino que decora mi salón. Hermenegildo me despierta cada mañana a las 4.00 h. con sus rastreros ladridos. El muy canalla siente devoción por los despiadados ataques a las fuerzas del orden a las que acomete con salvajes dentelladas. Su innato carácter para la vigilancia no ha impedido que un torpe e invidente ladrón expoliara mi humilde morada. Hermenegildo corre como una liebre en celo cuando tengo que ponerle la correa.
Pero Hermenegildo es mi compañero, mi cómplice, mi aliado.
Pero Hermenegildo es mi compañero, mi cómplice, mi aliado.
Hermenegildo, gracias por ser mi amigo.