Ayer, como cada Domingo, fui a la misa parroquial de mi barrio. Me agrada tararear las hermosas baladas que sin ningún tipo de rubor se 'cantan' en la celebración litúrgica. Ansío descubrir nuevos mensajes codificados en las lecturas de los textos sagrados. Y, sin duda, adoro recibir la hostia sacrosanta de manos del avezado capellán que de niño tanto cariño rectal me había regalado...Pero esa historia la voy a relatar en otra ocasión.
Tras la eucaristía, decidí acudir a un conocido tugurio hamburguesil donde te engordan como animal de degolladero y cuya firma voy a omitir. Engullí el manjar oleaginoso cual orondo mamut hambriento .Exhausto por las toxinas ingeridas, entré en la piscina de pelotas que el conocido antro tiene para la diversión infantil. Jugueteé con los balones multicolores. Me restregaba tal mugriento hipopótamo en el fango.Reía estentóreo, mientras arrojaba los balones de colores contra la decrépita clientela. Lo estaba pasando francamente bien.
Vestida de amarillo inmaculado, marcando su cautivadora figura, un cuerpo ondulante se dirigió hasta mi. Era una empleada del establecimiento. Jacinta era el nombre que pude adivinar en su placa identificativa. Aquella mujer se movía bajo aromas de flores frescas recién cortadas con tintes de almizcle y misterio. Era preciosa. Mi fantasía tomó las alas de la imaginación, atravesando lo que a mi perturbada mente le estorbaba, entreviendo un cuerpo de apolíneas formas que parecían moldeadas por legendarios escultores griegos.
“Por favor, imbécil,..¿ puede salir de la piscina?. Esto es una atracción infantil.”, ordenó con voz de camionero ucraniano. Sus verdosos ojos rasgados de pestañas largas y rizadas, poblados de lagañas del tamaño de cortezas de cerdo, se quedaron fijos en los míos durante una eternidad. Mi colesterólico corazón comenzó a galopar desenfrenado, golpeándome atrozmente en el pecho. Jacinta tenía introducido su dedo índice en el orificio nasal. Lo movía cuidadosamente en círculos. Palpó con la yema del dedo el preciado material y tras extraerlo, lo usó como aperitivo. Un miserable eructo me hizo despertar del coma pasional. De su cavidad nasal se desprendían pelos como varas de mimbre. Empecé a sentir un sañudo hormigueo en el estómago. Pero esta vez no era la úlcera gástrica: me estaba enamorando. Hice caso a su petición. Ella me respondió con una seductora sonrisa que dejó al descubierto unas encías ensangrentadas y unos negruzcos dientes fragmentados y carcomidos por la caries.
Inmerso en una vorágine de estupidez pueril y en un acto irracional, le pedí su número de teléfono. Ella, sin apenas inmutarse, tomó un trozo de papel, anotó cuatro garabatos y me hizo entrega de la nota frunciendo el ceño, acentuando aún más, la vellosidad de sus espantosas cejas. Si mediar palabra, dio media vuelta para ubicarse de nuevo tras el mostrador del establecimiento.
Me sentí ufano, feliz, azaroso. Había conseguido lo que tantas hembras me habían denegado. Pero la muy cabrona, me anotó el número de su móvil en números romanos.
Si logro descifrar el jodido código numérico, esta semana la llamaré.
Me sentí ufano, feliz, azaroso. Había conseguido lo que tantas hembras me habían denegado. Pero la muy cabrona, me anotó el número de su móvil en números romanos.
Si logro descifrar el jodido código numérico, esta semana la llamaré.
es usted..un perfecto animal ¡¡¡¡¡
ResponderEliminarQue grande ers Tasio!!! Llamaste a la Jacinta¿?
ResponderEliminarJajaja, he rigut molt!
ResponderEliminarEsto confirma el dicho popular: "El amor es feo... feo de cojones"
ResponderEliminarjajajja que bien escrives!
ResponderEliminarGENIAL.
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