Salí de la ducha tapado de cintura para abajo con una diminuta toalla salpicada por supuraciones. Me miré al espejo. Quería ver mi cara. Negué espontáneamente con la cabeza. Comprobé la aberración personificada en mi rostro infestado de pústulas, desfigurado, giboso y deforme. Unos rasgos que jamás podrían desprenderse de mi ascendencia simia. Rabia. La rabia se apoderó de mi cuerpo. No pude evitarlo. Enfurecido golpeé el espejo con el puño cerrado. ’Crash Crash’, crujió bajo mis nudillos. Un chorro de sangre comenzó a fluir resbalando en línea recta hasta la repisa de cristal. Apreté el puño contra el espejo haciendo más fuerza con mi brazo hasta que un dolor agudo me hizo retirar los dedos ensangrentados. Decenas de diminutos cristales agujerearon mi leprosa y mórbida piel. Me sentía vulnerable y tremendamente deprimido. Impulsivamente cogí un blíster de pastillas antidiarreaicas, saqué tres y las engullí; a palo seco. Una de ellas se atravesó en mi garganta causándome una molesta sensación de asfixia. Me acerqué al botiquín, y de un trago, me bebí media botella de agua oxigenada.
Me vestí apresuradamente un sucio mono azul de mecánico, agarré un bastón y una cesta de mimbre y salí de mi casa. Tomé la carretera y, un rato más tarde, un camino, hasta que llegué a un pinar. Silenciosamente cogí de mi cesta, con extremada cautela, con sigilo, sin hacer ruido, un tetra brik de néctar de naranja. Era zumo concentrado. No quería desconcentrarle. Lo bebí de un sorbo. Me adentré en el bosque. Ni arbustos aplastados, ni marcas de huellas en el suelo. Estaba claro que hacía tiempo que nadie pasaba por allí. Era una buena señal. Los troncos de los árboles eran gruesos y de formas retorcidas. El aire formaba un silbido especial al chocar contra las largas hojas y la temperatura era confortable. El estruendoso piular de un Carpintero Real rompió el silencio sepulcral del bosque. Era un bellísimo ejemplar en peligro de extinción. Su elegante plumaje era negro en la mayor parte del cuerpo, con refinadas rayas blancas. En la cabeza, ostentaba un llamativo y primoroso copete rojo. Su pico, largo y afilado, era de color blanco marfil. Custodiaba su nido en el hueco de un sobrio abeto. Cogí un pedrusco y lo apedreé con certera puntería. Las raíces se extendían por el suelo, lamiendo la verdosa superficie, apareándose como fértiles animales ansiosos de descendencia. Las ramas se elevaban clamorosas hacia el cielo. Me adentré en las entrañas del boscaje. De tanto en tanto me paraba. Aparté con el bastón la capa de pinocha seca y descubrí níscalos. Me agaché, los recogí y los metí en la cesta. Más allá encontré lactarios. Con mi viejo cuaderno y un lapicero desgastado me detenía periódicamente para dibujar las setas que tapizaban el camino y murmuraba singulares vocablos con solemnidad eucarística: 'Gyroporus Castaneus'.
Seguí andando y, en un encinar, encontré rebozuelos, oronjas y agáricos. La recolecta de la bucólica y mística experiencia de la vendimia micológica era generosa.
Decidí, para concluir mi jornada de acopio, recorrer las campas bajas de la zona, feudo de algunas setas de cardo, y sobre todo, muchas senderuelas.
Y allí lo enontré. Un ejemplar único, magnífico, fastuoso, opulento, de quetotaxia dorsal elegante, forma fálica, no barbulado en la parte distal de la cara ventral de la tibia palpal, de asombroso parecido pénico: el boletus penicus no circundidatus.
Y allí lo enontré. Un ejemplar único, magnífico, fastuoso, opulento, de quetotaxia dorsal elegante, forma fálica, no barbulado en la parte distal de la cara ventral de la tibia palpal, de asombroso parecido pénico: el boletus penicus no circundidatus.
juas ¡¡¡¡
ResponderEliminarPues yo soy aficionado y jamás logré encontrar uno¡¡¡ ¿ Es comestible?
ResponderEliminarQue viva la micología!
ResponderEliminarel boletus penicus no circundidatus, menudo hallazgo!
ResponderEliminarUsted tiene una enfermiza obsesión pénica Sr. Prepuzio.
ResponderEliminarUna vez encontré uno y jamás he olido nada mas fétido, es una olor muy penetrante y tremendamente asquerosa, no es comestible y si la tocas olerás a mier... un buen rato.
ResponderEliminarEs un animal!!!!!
ResponderEliminarEn el jardín de mi vecino crecen como ratas....
ResponderEliminar¿Y se puede saber que hiciste con él? Porque tengo entendido que éste es de los que so se comen...
ResponderEliminarMuy bueno! Me encantan los pequeños detalles de sus artículos como lo del carpintero real!
ResponderEliminarEs usted un obseso! Pero nos hace reír.
ResponderEliminar¡Grande, GRANDE!
ResponderEliminarApreciado Carlos,
ResponderEliminarMi amada Jacinta lo devoró como acólito de un apetitoso entrecôte.
Detrito a la deriba y de escasa flotabilidad, se libra de perecer ahogado por sus propios fluidos gracias a ridicula y poco original imagen que la representa.
ResponderEliminarEn definitiva... Me ha gustado jajajaja..
Das asco. jijiji
ResponderEliminarEs verdad. Da asco jajajaja
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