A nadie le gusta hacer cola. Yo las detesto. Son inmundas. Someterse a esa tediosa, lenta e interminable agonía disfrazada de cola, me produce ardor de estómago.
Son minutos en los que no te mueves. Miserables minutos en los que todo te exaspera. Jodidos minutos en los que aparece violentamente un deseo irrefrenable de sacar del camino a hostia limpia a todo aquel que está delante de ti. Instantes en los que anhelas extraer el cuchillo a la decrépita charcutera para demostrarle que tú eres más eficaz cortando la mortadela. Interminables colas para pagar. Roñosas colas para que te paguen. Colas para que te peguen, e incluso colas para que te cuelen. Y siempre tenemos el infortunio de escoger la cola más lenta. Siempre. Detrás de la octogenaria que se coloca las gafitas en busca del choped de oferta; detrás del palurdo que está cargando de embutido su carro para abastecer a un pueblo entero; detrás del insensato de la ferretería que parece estar comprando un pedido para el Equipo A; detrás de la choni que revisa su ticket de compra antes de salir de la caja. ¡Desesperante!.
Y ayer, en la sección de charcutería, fue uno de esos días.
Mientras me hacía dos coletas con los pelos de mi nariz intentando sosegar la ira que esa absurda situación me estaba provocando, mi torpe y perturbada mente empezó a tejer una astuta solución.
Llegué a mi casa e impulsivamente agarré un rotulador, unas tijeras y un folio. Y dibujé. Vaya si dibujé. Maquiné el funcional método para evitar esas insufribles colas: unos artesanos tickets hechos a mano, numerados del 1 al 100, y de sencilla utilización: tan sólo debemos esperar con paciencia a que uno de los números sean cantados por el dependiente, y en ese instante, hacer uso inmediato del ticket correspondiente.
Son minutos en los que no te mueves. Miserables minutos en los que todo te exaspera. Jodidos minutos en los que aparece violentamente un deseo irrefrenable de sacar del camino a hostia limpia a todo aquel que está delante de ti. Instantes en los que anhelas extraer el cuchillo a la decrépita charcutera para demostrarle que tú eres más eficaz cortando la mortadela. Interminables colas para pagar. Roñosas colas para que te paguen. Colas para que te peguen, e incluso colas para que te cuelen. Y siempre tenemos el infortunio de escoger la cola más lenta. Siempre. Detrás de la octogenaria que se coloca las gafitas en busca del choped de oferta; detrás del palurdo que está cargando de embutido su carro para abastecer a un pueblo entero; detrás del insensato de la ferretería que parece estar comprando un pedido para el Equipo A; detrás de la choni que revisa su ticket de compra antes de salir de la caja. ¡Desesperante!.
Y ayer, en la sección de charcutería, fue uno de esos días.
Mientras me hacía dos coletas con los pelos de mi nariz intentando sosegar la ira que esa absurda situación me estaba provocando, mi torpe y perturbada mente empezó a tejer una astuta solución.
Llegué a mi casa e impulsivamente agarré un rotulador, unas tijeras y un folio. Y dibujé. Vaya si dibujé. Maquiné el funcional método para evitar esas insufribles colas: unos artesanos tickets hechos a mano, numerados del 1 al 100, y de sencilla utilización: tan sólo debemos esperar con paciencia a que uno de los números sean cantados por el dependiente, y en ese instante, hacer uso inmediato del ticket correspondiente.
Te sugiero que tú también hagas como la choni esa y revises tu ticket antes de pirarte. Se equivocan (yo creo que queriendo) mucho más de lo que crees.
ResponderEliminarhasta ahorita boy biendo k me tomaron esa foto?? no manches
ResponderEliminar