Permanezco
jadeante en el sofá, la cabeza vuelta hacia la ventana, y la mano y mi glande
relucientes de fluido varonil y lechosos grumos.
Las
rítmicas maniobras de la felatómana de la pantalla del portátil han acelerado
mi enésimo ejercicio onanista.
Las
calles están irradiadas por el estéril resplandor de unas farolas
purpúreas y azafranadas, suspendidas en la oscuridad, que almacenan con abulia
heces y orines caninos.
Observo
abstraído mi miembro laxo, vencido, domesticado. Oigo el aire sisear
entre mis alvéolos revestidos de nicotina y carcinoma.
De
repente el salón se ilumina, como si lo fotografiaran con nervioso flash, al
desplomarse un relámpago que secciona el lóbrego cielo en dos.
El
viento comienza a soplar, intensificando el susurro de las hojas, y las
primeras gotas de lluvia tamborilean sobre la ventana.
El
súbito zumbido del teléfono, descargando su zozobra a través de prolongados y
escalofriantes tonos, me despierta del narcótico desazón en el que me hallo
sumido.
Con
hipnótica apatía me dirijo hacia la carcomida mesita de madera, dejando a mi
paso una estela de gotas de esperma.
- Anastasio. Soy yo, Jacinta…- susurra la voz al otro lado del
aparato.
Oprimo
con fuerza el auricular y miro incrédulo el viejo reloj de madera y bronce
remachado con torpeza contra la pared. Las tres y media de la madrugada.
Seis
meses sin saber de Jacinta tras nuestra quiebra sentimental. Su llamada me
aturde.
- ¿ Qué coño quieres, zorra ?- replico contrariado.
- Anastasio…Estoy
de parto…He roto aguas y las contracciones son cada vez más seguidas- murmura
llevándose el puño a la boca para reprimir un sollozo.
- ¡
Enhorabuena, puta ¡. Ya puedes ir pidiendo cita al médico para que castre a tu
hijo no vaya a heredar los genes de su madre, ¡¡¡ promiscua ramera!!!-.
- Tasio, cariño…No lo has entendido…El bebé es tuyo. Tú eres
su padre…- objeta
en un alarde de comedimiento y conciliación.
- Pero...¿ Qué cojones estás diciendo ?- vocifero estriando mi grotesco
rostro en actitud de incredulidad.
- El
niño…El niño es tuyo. Vas a ser papá… ¡ Necesito que vengas cuanto antes! -ordena
dejando caer el teléfono al suelo y llevándose la mano al vientre.
Aprieto
los dientes, advirtiendo cómo mi atocinado cuerpo se empapa de gélido sudor.
Diviso con claridad moléculas ondulando a mi alrededor. Hiperventilo. Las
arrugas de preocupación de las comisuras de mi boca y frente se acentúan.
Pero
no hay tiempo de dilaciones ni de estériles remordimientos. Me enfundo el
chándal y las bermejas deportivas y con perita habilidad, hurto la bicicleta
del vástago de mi vecino, encadenada en la barandilla del rellano.
Apenas
95 minutos bajo ciclópeo aguacero me separan del estudio de Jacinta.
Empapado,
entro en su apartamento y la descubro derribada sobre la cama, desnuda, pitillo
en la boca, mórbida, obesa, acariciándose su gestante barriga, gimiendo como
posesa gorrina. Percibo la sordidez gangosa que la rodea. Letrina maloliente,
deshechos putrefactos esparcidos por toda la habitación cual hongos venenosos
brotando en la podredumbre obscena del infierno.
- Ya estás aquí, gracias a Dios- susurra Jacinta apretando los
molares para combatir otra oleada de dolor.
-Tenemos que ir al hospital. He venido en bicicleta...Espero
que eso no sea un inconveniente- propongo
visiblemente histérico.
-No hay tiempo para eso. Las contracciones son más
frecuentes. Tendré que parir aquí...- abronca presa de un jadeo felino.
Sin
dudarlo, arremango las mangas de mi chándal, tomo un par de toallas
bituminosas, y tal y como había aprendido en aquellos documentales de la 2
sobre el maravilloso parto de las hienas, empiezo a lamer su vagina, hidratando
con esmero el orificio de salida.
- ¿ Qué coño haces, depravado ?- recrimina enojada. - ¡
Tienes que mirar con el dedo si el cuello uterino está dilatado! .-
Asintiendo
sin mediar palabra, escupo generosamente sobre mi dedo corazón y penetro su
cavidad vaginal. Secreciones acuosas, extensión uterina, virutas de pepino
probables restos de una autoestimulación casera, pero ni rastro del bebé.
Procedo
a introducir mi mano por su velludo felpudo. Con rotatorios movimientos de
muñeca descubro la ausencia del retoño.
Lo
intento ahora con todo mi brazo. Lo empotro hasta el duodeno. Al no hallar
indicios prosigo hasta el páncreas. Allí palpo lo que parecen ser los pies del
bebé, suaves, tiernos, delicados.
- Anastasio... ¿ Va todo bien?- murmura
Jacinta al percibir la preocupación en mi rostro.
- El
bebé...Ya ha descendido, pero está en posición inversa cefálica. Tendrás que
parir por vía rectal...- afirmo con rotunda seguridad.
Seco
con apego las gotas de sudor que perlan su marchita frente. Me inclino sobre
ella y la beso.
- Un último esfuerzo, cariño. A la de tres, aprieta con
todas tus fuerzas como si fueras a cagar. Un, dos tres...-