
Sonó el timbre. Era la hora. Con los nervios a flor de piel, miré por la mirilla de la puerta y la vi. Era Jenny, lozana, exuberante, hermosa. Abrí la puerta. La prostituta se estremeció de asco al ver mi rostro nauseabundo, seboso y repulsivo, cubierto de llagas y úlceras. Deposité dos besos en sus mejillas. Jenny los sintió como dos pinchazos de repugnancia y grima. La invité a pasar. Llevaba unos pantalones entallados y una blusa de algodón que dejaba ver unos pechos opulentos. Me sentía nervioso y emocionado. Apenas cerré la puerta, la muchacha comenzó a despojarse maquinalmente de sus prendas. -“¿Tienes prisa desgraciada?”- le pregunté educadamente. La fulana se detuvo, abriendo desmesuradamente los ojos al volver a contemplar tanta fealdad.- “No. Es la costumbre”-. contestó. Me acerqué y empezé a acariciarle el pelo. La besé. Ella en un acto reflejo cerró los ojos. No de pasión. De asco. De horror. Le cogí de su mano y la acompañé hasta mi habitación. Me senté en la cama desajustándome la corbata y señalando con la cabeza el espacio a la derecha del colchón para que mi acompañante se sentase a mi lado. -“Primero págame”- advirtió. Saqué del cajón de la mesita de noche 200 € y se los entregué.- “Son 600 € “ recriminó la muchacha. -“Como que 600€?, si me dijiste que eran 200 la hora!!!”- le respondí contrariado.-” La tarifas por los servicios de zoofilia son 600.”- concluyó la prostituta. Me había cobrado el triple. Por feo. Enojado accedí a su petición y le aboné la cantidad. Nos empezamos a desnudar. Mis calzoncillos parecían de escayola. Estaban tiesos como si los hubieran confeccionado con la vendas de una momia. La parte baja era como un nido de golondrinas, duro,como las piedras, lleno de pelusa por dentro y haciendo en el medio una cazoleta muy apropiada para guardar mis testículos. Ella desnuda, medio arropada por una sábana blanca, fingía una media sonrisa. Me abandoné por completo a su cuerpo desnudo, palpando sus rincones más secretos. Lamía con vicio sus pechos perfectos, besando sus nalgas duras y tersas. Sus labios tiernos, sabían a fresa. Mi lengua recorría la piel de aquella diosa, bañada en la luz de la luna y neón. Mis dedos exploraban la turgencia de sus genitales. Jenny cerraba los ojos ante tan horripilante imagen, obstaculizando su visión con las manos para no ver a ese excremento humano. Cuando más excitado me encontraba, ella se apartó súbitamente, se asomó a la orilla de la cama y vomitó copiosamente. Una desconsoladora tristeza se apoderó de mi. Que ruin y sórdido momento. Los apodos, los insultos que desde niño me habían acompañado irrumpieron en mi cabeza: “Sapo, marrano, sucio, puerco, obeso, gordo, hipopótamo, seboso, hediondo, batracio, …” Inútilmente traté de eliminarlos. Sentía lástima de mi mismo. Que estúpido modo de engañarse con amores que desnudaban y vaciaban el alma. Sentía como las si imágenes de una pesadilla se materializaran con una ferocidad inaudita. Sí, era un “hombre” feo, repugnante, seboso, un aquelarre de ser humano, repulsivo y nauseabundo que había conquistado el cielo de los marranos, pero para un cliente con dinero, cualquier cosa es posible en el mundo de la prostitución. No hay tabúes ni fetiches demasiado raros que el dinero no pueda hacer posible.-” Ahora tómame”- ordené a la muchacha. Jenny me miró con cara de pena y ojitos de carnero degollado. Sus ojos seguían arrojando odio y repulsión. Se acercó a mis labios y pudo percibir mi fétida exhalación. Reteniendo el aliento, sin siquiera poder pestañear, con la fuerza justa para no caer desmayada y apartando a manotazos la nube de mosquitos que rodeaban mi boca, Jenny se dispuso a besarme. El ofrecimiento monetario era demasiado goloso para que las excusas saltaran. Una sensación de náuseas y arcadas se apoderaron de nuevo de la prostituta. Vomitó. Esta vez sobre mi cuerpo deforme y mórbido. Jenny, antes de que me diera cuenta de lo sucedido, y en un acto reflejo, agarró la lámpara de cerámica de la mesita de noche y me atizó con ella en la cabeza. Lanzó un certero golpe contra mi cráneo, de media vuelta, incrustándome el candelero en mi mugrienta cabeza, seguido de un quejido, como el crujir de los huesos. Otro y otro más, en una brutal seguidilla de golpes, con los dientes apretados, muy apretados y una inusitada fuerza. Con una energía descomunal causada por la propia exaltación y repulsa hacia esa bazofia humana, siguió dándome golpes, con el puño y luego con un taburete que por allí encontró. Yo sangraba por la nariz, por la boca, por los ojos y por todas aquellas heridas ocasionadas por la maldita paliza que me estaba propinando merecidamente aquella prostituta. Cuando mi cuerpo yació inmóvil, ensangrentado e inerte, Jenny dejó de apalearme, y presa del pánico, abandonó apresurada aquel apartamento apestoso, no sin antes patear, escupir y maldecir de nuevo mi cuerpo lardoso y seboso. Jacinta me encontró dos horas después. Con extremada cautela, curó mis heridas. No me preguntó lo ocurrido. Ella es fea, repugnante, pero me ama.
Joder Anastasio, no se hable más: quédese usted con Jacinta, ¿no se da cuenta que con su cara no puede conseguir mucho nada emjor en la vida?
ResponderEliminarPobre prostituta, yo creo que de ésta...se hace monja.
Pero, teniendo a su dulce Jacinta, ¿cómo se le ocurre una cosa así?
ResponderEliminarSi ya tenéis a Jacinta,
teniendo el amor delante,
¿por qué le hacéis un desplante
con otra en ropas sucinta?
No suele acabar bien nunca
lo que mal ha comenzado
pues siempre está amenazado
por aquel que todo trunca:
ese animal que está dentro
y va bajando hacia el centro.
Saludos, y un abrazo.
jajajajaja muy bueno¡¡¡
ResponderEliminarPero por Dios!!! que dirá su estimada jacinta?
ResponderEliminarPor fin publicó el microrelato que tanto le pedíamos!!!! Nos gustaría que nos enseñara su rostro, no se preocupe, lo ha descrito con creces por lo que no nos asustaremos.
ResponderEliminarPobre prostituta....
ResponderEliminarBueno, al menos no le fue infiel.
ResponderEliminarAdemás de feo, putero. No tiene solución Don Anastasio.
ResponderEliminarPobre Jacinta.
ResponderEliminarLo de los calzoncillos es buenísmo! Que bruto!
ResponderEliminarComo se entere su suegro Saturnino, le va a caer la de Cain!
ResponderEliminar:D
ResponderEliminarUsted es un auténtico sinvergüenza. mire que hacerle esto a la pobre Jacinta. Capullo y sinvergüenza, hombre! Eso es lo que es!
ResponderEliminarFue un momento de calentón...ni llegó a ser una canita al aire, así que no se preocupe pero saque conclusiones de los ocurrido Sr. Prepuzio.
ResponderEliminarmuy bueno!!!
ResponderEliminarEl dinero NO lo puede comprar todo. Ni por 600 € accedió! jajajajaja
ResponderEliminarMuy bueno maestro!
ResponderEliminarEscuche, pequeño lebrel inanimado, La Jacinta lo que quiere es un hijo suyo. Pero ud. (esto debe de ser froudiniano o algo así, se lo pregunta a los argentinos), es impotente ¡¡¡si. ¿ Ha probado con el desodorante Cucal para los sobacos ?. Es efectivo. Ud también es repugnantemente feo y oloroso, pero habría de hacer un esfuerzo de paquidermos, y hacerle ver que el amor entre antrópodos moleculares es también efectivo. Ande, llévela a pastar y dígale que le estima...será maravilloso
ResponderEliminarjajajaja Miquel muy bueno. Genial el artículo!
ResponderEliminarPor Dios! que blog más absurdo y divertido a la vez. Os sigo.
ResponderEliminarAgur.
No se preocupe Don Anastasio. La Jenny esta no sabe valorar la verdadera belleza: la belleza interior. Y a usted de ésta le sobra, le sale por las orejas. No se desanime. Es muy feo pero nosotros le estimamos.
ResponderEliminarSu fealdad y gilipollismo le han conducido a esta situación estimado amigo. Sepa apreciar el verdadero amor. La estima que le profesa su amada Jacinta. Y todos esos sentimientos de fealdad e inutilidad desaparecerán.
ResponderEliminarBuen finde para tod@s.
¿Cuando nos presentarás a tu familia, sr. capullo?
ResponderEliminarAun le hizo poca cosa. Le tenía que haber rematado!
ResponderEliminarLo tiene merecido¡¡¡¡
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQuería seguirle en fb, pero le busco y no me sale, jo!
ResponderEliminarSiempre suya, S.
Relato Conmovedor!! ¡¡Se me caen las Lagrimas!!
ResponderEliminarSi es que ya lo dice el Maestro Canito
"Si las mujeres fueran buenas, Dios tendría una, y si se pudiera confiar en ellas, el diablo no tendría cuernos"