jueves, 3 de febrero de 2011

EL FUNERAL DE RAMIRO TRUJILLO



Estaba yo desayunando un cuscurro de pan duro como el cemento y una lata de sardinas que abrí salpicándome ostensiblemente la camisa de aceite. Lo acompañaba con una generosa taza de café. Tenía glotonería. Pasaba las hojas del periódico deportivo casi en estado febril, y a riesgo de romper alguna, descubrí, en la sección de necrológicas, que Ramiro Trujillo había muerto. Lo cerré de un manotazo. Que noticia más trágica. Mis estrábicos ojos se nublaron de tristeza y abatimiento. Me mordí el labio inferior y no pude evitar que la taza tintineara sobre el plato mientras lo acercaba al fregadero. Arranqué a llorar. Maldije en voz alta, pasándome la mano por la frente mientras miraba la hora en el rústico y mugriento reloj de mi salón. El funeral se oficiaba en apenas hora y media. Llamé a Jacinta para explicarle lo acontecido. " Ha muerto Ramiro" le confesé en un luctuoso susurro. Ella quiso acompañarme en tan desoladores momentos. Llegamos al tanatorio cogidos de la mano. El salón estaba abarrotado. Un huesudo y dantesco capellán, con rostro de murciélago estreñido, impartía un emotivo discurso en el altar. El tosco y carcomido cajón fúnebre de Ramiro presidía la ceremonia. Su rostro tenía el habitual contorno contraído y sumido. Los labios mostraban lividez marmórea. Sus ojos no tenían brillo. Un cuerpo exento de calor. Habían cesado las pulsaciones. Ramiro nos había dejado sin avisar. La emoción fluía de un lado a otro, como una brisa marina. Ataviada con harapos negros, y completamente desgarbada, la viuda, abrumada por la pena, lo lloraba sin consuelo. Palabras de encomio y aflicción se mezclaban, dejando que la nostalgia desplegara sus sedosas alas. Caballeros de húmedas pupilas con semblantes compungidos, desencajados. Señoras decaídas que, con gestos pausados y metódicos se secaban el rimel corrido, enmedio de escenas de consternación y pena. Apesadumbrada, Jacinta acarició mi devastadora calvicie, en un estéril intento de consolarme. Pobre ingenua. En realidad, no había nada que confortar. No tenía ni puta idea de quién era Ramiro Trujillo. Desconocía por completo quién fue aquel longevo difunto.
Aprovechando el momento de silencio meditativo, le levanté de mi butaca, caí de rodillas echándome las manos a la cabeza y, rompiendo el silencio de la capilla, grité: Fecit poténtiam in bráchio suo: dispérsit supérbos mente cordis sui: Tu sum cabronae. Malditus cabronae: Degna terrae, cantate Deo, psallite Domino, tribuite Deo, Exorcizamus te, omnis imundiçus spiritus su. EXORCIZAMUS TE!!!”. Me levanté pausadamente colgándome un crucifijo en el cuello y, batiendo una vieja maraca con movimientos espasmódicos, me acerqué al sarcófago. Un murmuro de rubor recorrió la sala. Los allí presentes me miraron atónitos, estupefactos. Los tullidos nietos del difunto sostenían a la viuda a punto del desmayo, mientras el fachoso sacerdote agarraba el candelero tal templario preparándose para combatir.
"¡Secuaz de Satanás!. ¡Malditus puterus! .¡Sicut locútus est ad aptres nostros. Abraham et sémini ejus in saecu!" clamé mientras rociaba el cadáver con agua bendita. Sin tiempo para completar mi ritual, los servicios de seguridad del tanatorio se abalanzaron contra mi. Un certero puñetazo en la mandíbula me noqueó dejándome en el suelo moribundo.Desperté en una cama de hospital. Jacinta aguardaba pacientemente mi despertar. Con retumbantes carcajadas me besó la mejilla. " Eres grande Anastasio. Eres grande..." admitió con una hedionda sonrisa. 




5 comentarios :

  1. En mi descomunal incultura no sé quien es este Ramiro Trujillo, pero tu estilo es hiperbólico y cáustico. Me gusta. Sin dudarlo, un 10 a la historia de Jacinta y a su voz de camionero ucraniano. Soberbia!

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  2. Ja ja ja Anastasio eres un auténtico Capullo!!¡¡¡

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  3. Apreciado Sr. Capullo, que digo yo, Sr.Prepucio,

    Me ha contraído apesadumbradamente la muerte del Sr.Ramiro Trujillo, un señor bastante buena gente, un poco guarro, eso es verdad, pero buena gente en el fondo a pesar de su pestilencia diaria a base de evitar disimuladamente su paso por la ducha. Quizás se deba a su ineptitud para cantar bajo los chorros de la misma. Quien sabe!
    Me sorprende sobremanera no obstante que se presentase usted en su funeral y yo no le viese, si hubiese marchado cinco minutos más tarde probablemente hubiese podido presenciar su tan acurada actuación.
    Otra vez será!

    Muy atentamente triste,

    Maria de los Remedios Bajina

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