martes, 24 de diciembre de 2013
CON MIS MEJORES DESEOS, FELIZ NAVIDAD
miércoles, 11 de diciembre de 2013
A MI PERRO TOBY
In
memoriam Toby
Toby,
me abandonaste como lo hace un suspiro,
mi hipertrófico corazón exhalando mohíno gemido.
mi hipertrófico corazón exhalando mohíno gemido.
Tu
mórbido y orondo cuerpo mecido en mi regazo,
al despeñarse tu hirsuta cabeza entre mis brazos.
al despeñarse tu hirsuta cabeza entre mis brazos.
Fidedigno
aliado, noble camarada y amigo fiel,
renunciaste
a esta mierda de mundo pancista y cruel.
Hocico
gacho, ébanos ojos, pardo y sarnoso pelaje,
emprendiste,
ahíto y rendido, fúnebre viaje.
Han
sido quince años de aplacible y carnal compañía,
por doquier irradiabas hediondez, libídine y alegría.
por doquier irradiabas hediondez, libídine y alegría.
Decían
que tu pedigrí ahuyentaba quienes quieren hurtar,
¡
Cuántos rateros expoliaron nuestro humilde hogar !.
Fui incapaz de amansarte desde tu anhelada adopción,
defecabas,
indómito, en el moqueta turca del salón.
Nunca,
nunca logré en el pescuezo ponerte la argolla,
¡
Cabrón !, siempre hacías lo que te salía de la polla.
Dedos
y manos mutiladas, me seccionaste la yugular,
con
tus mordiscos y dentelladas me quisiste capar.
Tus
rastreros ladridos me despertaban en la alborada,
¡
Cuántas veces intenté silenciarte con una pedrada !.
Mirada
sardónica, jocosa y mordaz, burlándote de mí,
enarbolando
tu cola pajiza cual talluda mezquita yemení,
cuando
lanzaba la pelotita entre los olivos en forestación.
¡
Hijo de la gran puta! , ¡ Busca!, ¡Busca el jodido balón!.
Pusilánime
sabueso, canino cobarde y medroso,
con
convulsos temblores cual epiléptico baboso,
al escuchar un trueno o percibir un argavieso fuerte,
timorato corrías en estampida a esconderte.
al escuchar un trueno o percibir un argavieso fuerte,
timorato corrías en estampida a esconderte.
Con
podencos, gatos, roedores y ovinos quisiste copular,
¡
Promiscuo cabrón !, no existía fármaco que te pudiera sanar.
Fiebre,
disentería, pústulas, abscesos y úlceras genitales.
¡
Insensato!, contrajiste la gonorrea en alguna de tus bacanales.
Tu
infecto corazón dejó de latir y sollozo, lloro tu partida,
Toby, no expirará en mi recuerdo tu mirada ardida.
En tu sepultura, allí en el vertedero, mis lágrimas remojo,
Toby, no expirará en mi recuerdo tu mirada ardida.
En tu sepultura, allí en el vertedero, mis lágrimas remojo,
y
ahora… ¿ Quién cojones cuidará de mi tercer ojo ?.
Fidedigno
aliado, noble camarada y amigo fiel,
renunciaste
a esta mierda de mundo pancista y cruel.
Hocico
gacho, ébanos ojos, pardo y sarnoso pelaje,
emprendiste,
ahíto y rendido, fúnebre viaje.
miércoles, 4 de diciembre de 2013
EL TÚNEL DEL TERROR
El
irritante aleteo de unos hercúleos murciélagos
me despierta en medio de la lobreguez.
El
sudor gotea por mi exiguo entramado de cabellos que conforma ese creativo
peinado que utilizamos quiénes adolecemos de cuero cabelludo.
Me
incorporo sobre los codos, febril, azorado, escrutando mi alrededor sin
llegar a reconocer el inhóspito lugar dónde acabo de recuperar el dominio de mi
burda conciencia.
La
oscuridad reinante, saturada de niebla, resulta casi palpable, como si tuviera
un fino vendaje atezado sobre mis ojos.
Hiperventilo
emitiendo psicofonías en suajili.
Disnea,
náuseas, incontinencia fecal.
La
humedad es sofocante. Un calor calígine desciende por la espalda, rocía mis
muslos, empapando mis glándulas testiculares, el velludo surco de mis nalgas.
Ya
erguido, oigo caer una gota en un efervescente charco invisible.
Mis
sentidos se agudizan cual hurón acechado por su depredador.
Con
presteza, me lanzo al suelo y serpenteo mi orondo cuerpo hacia la pared,
hurtándolo a las miradas que puedan provenir de lo más recóndito de la
oscuridad.
El
paredón es áspero, mucilaginoso, cuajado de frondosas protuberancias abruptas.
¿ Dónde coño estoy ?-
susurro acojonado.
El
eco de mis palabras, distante y amortiguado, resuena en la oquedad insondable
de lo que parece ser una inextricable espelunca en forma de lúgubre cueva.
La
madriguera cavernosa destila una horrísona podredumbre de metales pesados,
dársena y tuberculosis. El pútrido hedor penetra hasta el último rincón de mi
cerebro.
Me
acuerdo del mechero custodiado por el bolsillo de mis pantalones.
Atizo
al encendedor y lo mantengo en alto arrojando una luz nerviosa que ilumina la
vasta caverna.
De
las paredes, revestidas por una bermeja túnica mucosa, afloran innumerables
abscesos viscosos que parecen palpitar con vida propia. Expelen flujos
epidémicos.
El
suelo es como una mullida alfombra ambarina que exhala infectos vapores.
Permanezco impertérrito ante las inmundicias que se alzan ante mí.
El
mortuorio mutismo de la de la cueva es solo roto por la sonora percusión de los
aullidos de los murciélagos. Observo perplejo cómo los quirópteros, fruto de la
evolución, lucen pequeñas máscaras en sus
hocicos para protegerse de los corrosivos gases.
Con
andar errático, camino despacio, paso a paso, cabeza hacia atrás y los brazos
gilipollescamente extendidos. Pasos giróvagos por espumosas marismas y arenales
gelatinosos.
Mi
instinto de supervivencia mitiga el dolor abrasador del dedo pulgar que
mantiene encendido el mechero.
Dirija
dónde dirija mi briosa vista, no logro encontrar ningún objeto que me sirva de referencia
para alcanzar el camino de salida.
Emulando
la perspicaz estrategia de aquella legendaria fábula, eyaculo cada veinte
metros como sagaz huella para hallar el camino de vuelta.
Avanzo
unos metros más.
Mi
encendedor comienza a expirar. Pronto
estaré perdido, a merced de la negrura total de las entrañas de la tierra.
Bajo
la luz evanescente, lanzo un exasperado grito de socorro.
Segundos
después, el silencio ultraterrenal de la gruta es interrumpido por insidiosos y
siniestros sonidos que erizan mi vello púbico.
Una
musculosa y espigada alimaña de un único ojo, como surgida de otra dimensión,
penetra la cueva abarcando la mayor parte del espacio. Acompañada por un fétido
hedor salífero, acomete contra todo lo que encuentra a su paso, esputando un
pestífero líquido glutinoso.
Se
desvanecen en la oscuridad las últimas chispas espasmódicas de mi mechero.
El
gigantesco helminto extiende y contrae su níscalo macrocéfalo derribándome
contra la pared.
Aturdido,
me aferro a la vida con determinación ciega, implorando al ser supremo.
La
forma lustrosa acomete de nuevo. Esta vez, con un golpe seco, atiza mis piernas,
dejándome moribundo.
Tumbado
en el suelo, cuasi mortecino, diviso en el
fondo de la sima un débil resplandor.
Debe
ser la carrera más rápida de mi vida. Alcanzar la abertura. Huir de este
infierno.
Sabiéndome
atrapado, consigo ponerme en pie, y evitando el tercer impacto, arranco vertiginosamente
a correr.
Corro,
corro y corro.
Veo
como en el horizonte se va dibujando la escabrosa orografía de un monte
circundado por onduladas laderas de densa y sucia vegetación.
Estoy
cerca. Lo voy a conseguir…
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